Escribo bien. Bastante bien. O muy bien. Rara vez mis textos carecen de estilo, corrección y contenido. Incluso diría que no es raro que haya espacio a la ironía sin ser hiriente, y a cierta lectura entre líneas. Pero dejando al lado la virtud de comunicar efectivamente, que eso no siempre lo alcanzo con precisión (es más, a veces divago en exceso), formalmente el resultado suele ser pulcro, bien estructurado, cuidado en la redacción y con el debido respeto a la gramática.
Redactar con corrección es una cualidad cada vez menos frecuente. Supongo que por una falta creciente y más extendida de desarrollo de las habilidades básicas de redacción. Lo que incide en un nivel medio de la capacidad de expresión y comprensión lectora que deriva hacia una patente y lastimosa mediocridad.
El caso es que últimamente, con mayor frecuencia, me suelen acusar de mandar mensajes de corta y pega. Es curioso que algo bien redactado lleve a pensar en eso. Yo, la verdad, es que no necesito hacerlo. Si alguien me estimula de alguna forma, es motivo más que suficiente para que el texto fluya de forma apropiada. Cuanto mayor es el estímulo, mejor suele resultar el mensaje.
No sé, quizá deba medir mejor a quién le regalo ciertos textos. No tanto por que sea un desperdicio, como por la evidencia de que quizá vaya perdiendo la capacidad para detectar imbéciles con claridad.
Ahora, hace tiempo, mucho tiempo, que no encuentro lo que busco, aunque sé que puede existir de nuevo.
Mientras me dure la calma de la certeza y la paciencia por ver el deseo consumado una vez más, permaneceré.
Mientras dure, sí.