Cuando me comencé a acercar, tiempo ha, a este universo de aromas y placeres perversos, hubo una serie de atributos que, a falta de dar una forma definida al impulso que me dirigía, ya se esbozaban con cierta nitidez. Uno de ellos era la noción de excepcionalidad. Se trataba de algo que no encajaba, o no iba a encajar, en los parámetros de lo que la mayor parte de los mortales tiene por "algo normal". No parecía serlo, y desde luego, no lo es. La relación entre el deseo, el placer, la excitación, las sensaciones, la conducta, los actos, el carácter.....no tiene nada de normal. Incluso en estos tiempos, en los que se confunde tan dramática y obtusamente normalidad con aceptación, los hábitos y comportamientos inherentes a las relaciones sadomasoquistas o de intercambio de poder, no son en absoluto normales. No lo son, por la sencilla razón de que sólo una parte muy reducida de la población tiene la capacidad de acometerlos en toda su extensión. Por supuesto, eso no quita que capas más amplias sean capaces de asumir y disfrutar de alguno de sus aspectos, y puedan incorporarlos a su sexualidad convencional, pero un aditamento no naturaliza lo que no es esencial en ellos.
No obstante, esa apertura de los normales a asimilar algunas peculiaridades excepcionales, puede hacer pensar que esos comportamientos pueden ser normalizados, y nada más lejos de la realidad. Cada mezcla tiene su ámbito, pero no por vestirse de seda va la mona a convertirse en princesa. Pero si lo disfrutan, y se mantienen en su espacio sin tratar de usurpar lo que por condición les está vedado, nada que objetar.
Normalizar lo excepcional, lo exclusivo, es imposible si antes no cambia el sustrato sobre el que se asienta, y lo que era una cualidad poco común pasa a convertirse en algo convencional y ampliamente extendido. Como lo que marca la diferencia es el poder ser, y no el querer ser (es quien puede, no quien quiere, lo siento por los voluntaristas), y la evolución de las especies no genera cambios significativos en las especies en media generación, es lógico concluir que lo que era excepcional, raro y no normal en lo relativo a la capacidad de una función del ser humano en 20 años no ha dejado de serlo.
Es por ello que me apena notoriamente ver que esos seres que sí pueden caen en las redes de los discursos normalizadores, o confunden cuando aplicar las referencias normales y las exclusivas a la hora de calibrar comportamientos, actitudes o expresar opiniones. Los que no pueden, no dejan de ser molestos intrusos que vandalizan un ámbito que no les corresponde. Pero los que sí......¿qué coño estáis haciendo? Ni siquiera la coartada del ego, del entorno de red social o una supuesta actitud pedagógica puede justificar esa debilidad.
Además, al que no tiene ojos (no digo al ciego, y el que entienda el matiz que lo saboree) es imposible hacerle ver.
Pero me lamento en vano. Ya en mi primer acercamiento pude comprobar que casi nadie de los que estaban, eran, y que brilla más la impostura de los que creen que querer es poder que la realidad de los que realmente pueden.
Como me dijo entonces una buena, sabia y capaz amiga, "es que en realidad, somos muy pocos". Y efectivamente, así era, así sigue siendo, y así será.