sábado, 6 de julio de 2024

Tokio blues

 

Lo leí, hace años. Lo tengo en la biblioteca. Me lo recomendó alguien con quien comparto una afinidad profunda que va mucho más allá de la complicidad perversa.

Y casi, pero no. La sensación que me quedó al acabarlo me recordaba la cantinela de un cuento infantil que me contaba mi abuela, "....y al final, amagar, amagar y no dar." Probé con otro libro del ahora insigne nobel, y fue igual. Un tejido de añagazas bien trenzadas tendentes a crear una complicidad basada en los recuerdos de lo que no llega a ocurrir. Un maestro en la creación de ambientes de aspiración elitista (jazz, memorias, estilo, introspección, esencialidad, sensaciones, espiritualidad material) ideales para desarrollar una emotividad virtual, aparentemente conectada con deseos y demonios innominados que sin embargo nunca llegan a ser.

El autor es hábil, se adapta a su público potencial, al espíritu de su tiempo. No hay nada que digerir, nada que pensar, nada que calibrar, nada que sopesar. Ofrece emociones enlatadas que parecen salir de lo esencial y no son más que píldoras fácilmente digeribles con sabor a autenticidad de asimilación inmediata. Porque no ocurre nada.

La diferencia que hay entre un yogurt de fruta y uno con sabor a fruta. Parecen iguales, pero no.

Yo deseo morder la fruta, no me conformo solo con el aroma de su sabor. La nada no requiere asimilación. La sustancia, sí. Pero claro, eso Al menos lleva tiempo.

Yo lo tengo.

¿Lo tienes tú?

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