martes, 25 de mayo de 2010

Cuaderno de bitácora 10 - Poder

Calor, ansiedad y sueño. Una rutina empalagosa e hiriente, de esas que aniquilan cualquier brote de humanidad. Tensión malsana, carácter agrio y mala disposición. Nada en el ambiente hacía presagiar lo que estaba a punto de ocurrir. Tumbado, en un sillón, hizo una última llamada. Cinco minutos, a comer y siesta. Oh, si, sin duda, prometía un momento de cierto relax.

Contestó la voz jovial, animosa y determinada de costumbre. Con su punto de chulería, por supuesto. Ese que siempre sale y que tan bien le sienta. Iba por la calle, camino de una cita, también a comer. Sucedió el habitual intercambio de bromas y vaciles. Ligero y a la vez profundo; no se da puntada sin hilo, ciertamente, y exige atención. Pero el descubrir una personalidad e ir desnudando un alma requiere al menos ese esfuerzo. Gratificante esfuerzo. La atmósfera iba adquiriendo esa carga estática que al cabo de un rato suele electrizar todas sus charlas. Sin embargo, esta vez parecía especialmente ionizada. Todo es energía, que le lleva con sorprendente facilidad a ver dentro de lo más íntimo de ella. El tono de la voz al otro lado del teléfono se ha tornado quedo, apagadamente vibrante; trae una extraña excitación y un inconfundible aroma de entrega.

Decide entrar, hasta lo más profundo. Remueve su ser, anticipa sus reacciones, descubre su excitación, su humedad, y toma absoluto control sobre ella. La voz es ya un susurro, implorante, sorprendido, que muestra toda su sumisión. Ella no da crédito a lo que ocurre. Hace una hora le pidió tomarse su tiempo para cierto asunto. En ese instante lo habría hecho sin dudar. Subyugada, poseída, dominada, definitivamente entregada. Acude presta al cite, sin salirse del carril. Y disfruta, intensamente. Tanto, que duele. Tanto que le suplica que se detenga, que ya no puede más.

Las sensaciones de el son de absoluto poder. Poder, control y dominio. A pesar de la distancia, siente como se mueve con cada palabra suya. Como se estremece. Como se encoge, buscando su protección. Va enroscando la tuerca alrededor de ella milímetro a milímetro. Rasga las cuerdas de su yo mas secreto, que hace que vibre como nunca jamás lo hizo, como nunca jamás pensó que podría hacerlo.

El tiempo ha volado. Pasaron los cinco minutos, y cincuenta más. Mas todo parece ocurrir en un instante.

Ella le ruega de nuevo que pare; está mental y físicamente al límite. Hace tiempo que se sentó, no aguanta de pie. El le pide que cierre los ojos. Así, en silencio, le insta a respirar , despacio, hondo. Pasan otros cinco minutos, largos, lentos, en los cuales hay un trasvase de toda esa emoción. Y vuelve a oírse la voz de ella. Sigue queda, agotada, aunque ya ha recuperado algo de si misma. Pero no todo. Sabe que el resto que falta, desde ese instante, no volverá a ser suyo. Es absolutamente consciente, sin duda alguna, de que ya le pertenece, en cuerpo y alma, a El.