martes, 12 de julio de 2016

Al final no era verdad

Le escribo a alguien

"Refinamiento por un lado. Dolor por otro.

Lo elaborado frente a lo primario.

Me gusta el estilo. Lo demando. Y sin embargo detesto aquello que suple la naturalidad con lo complejo. Aunque sea para crear un momento.

Mas me agrada tanto crear momentos desde la fluidez.

Pareces diferente. Además, no te cortas al proclamarlo, aunque sea implícitamente. Tras esa exquisitez late descarnadamente lo primario.
Quizá sea el dolor, sí.

Quiero ....."

Bueno, lo que quiero no es relevante. Y me responde :

"Me encanta lo que me has escrito.... La gente se fija en las fotos sin más ...."

Vaya (pensé), alguien que además de estilo, ve más allá.

Y no era verdad.

domingo, 10 de julio de 2016

Pureza entre extremos

Veo en una esquina las formas, enmarcadas en blanco y negro. El pelo recogido, siguiendo la continuidad de las curvas, tan fluídas que recuerdan a las reglas de dibujo de formas tan extrañas que usaba en el colegio. El ambiente es denso, tormentoso, fresco y mientras suena la melodía desgarrada y torrencial de fondo, se compone un cuadro diferente, extremo, dentro de la aparente normalidad.

Las nubes cargadas, oscuras, enredadas con el sonido tórrido, las formas voluptuosas y serenas, el aire revuelto y fresco, generan una amalgama con una química especial. Una química que nadie a mi alrededor parece observar, absortos y concentrados en salir los primeros del semáforo, del metro, en la parada del autobús, en el quiosco o en el bar. La absurda competencia de la ciudad por no perder un segundo choca con ese océano de calmas intensas que confluyen a través de mi mirada.

Girl in black, tortuosa, visceral, al ritmo de una mañana con color otoñal, me trae un reflejo de desespero vagando el ocaso por las calles de París como una alegoría mía, al tiempo que el frescor del aire del Retiro hoy no trae el acostumbrado sabor dulzón de las mañanas calurosas, aplacando en parte la sensación de esa inevitable descomposición que el paso de cada día modula imperceptiblemente, al tiempo que se esbozan los estragos que desembocan en una figura ya casi ce patriarca varado. Por delante de mí pasa una mujer imponente, espléndida, a la que la falta de estilo con ese inapropiado vestido de veinteañera le hace mostrar de un modo más acusado las diferencias entre lo que fue y aún infantilmente pretende ser.

Suspiro, aliviado, de saber que mi decadencia no está subrayada por la negación de querer ser lo que fui. Aunque en esencia, en pura esencia entre extremos, el brillo de la mirada a veces me diga que sí.

jueves, 7 de julio de 2016

Pureza entre extremos

Veo en una esquina las formas, enmarcadas en blanco y negro. El pelo recogido, siguiendo la continuidad de las curvas, tan fluídas que recuerdan a las reglas de dibujo de formas tan extrañas que usaba en el colegio. El ambiente es denso, tormentoso, fresco y mientras suena la melodía desgarrada y torrencial de fondo, se compone un cuadro diferente, extremo, dentro de la aparente normalidad.

Las nubes cargadas, oscuras, enredadas con el sonido tórrido, las formas voluptuosas y serenas, el aire revuelto y fresco, generan una amalgama con una química especial. Una química que nadie a mi alrededor parece observar, absortos y concentrados en salir los primeros del semáforo, del metro, en la parada del autobús, en el quiosco o en el bar. La absurda competencia de la ciudad por no perder un segundo choca con ese océano de calmas intensas que confluyen a través de mi mirada.

Girl in black, tortuosa, visceral, al ritmo de una mañana con color otoñal, me trae un reflejo de desespero vagando el ocaso por las calles de París como una alegoría mía, al tiempo que el frescor del aire del Retiro hoy no trae el acostumbrado sabor dulzón de las mañanas calurosas, aplacando en parte la sensación de esa inevitable descomposición que el paso de cada día modula imperceptiblemente, al tiempo que se esbozan los estragos que desembocan en una figura ya casi ce patriarca varado. Por delante de mí pasa una mujer imponente, espléndida, a la que la falta de estilo con ese inapropiado vestido de veinteañera le hace mostrar de un modo más acusado las diferencias entre lo que fue y aún infantilmente pretende ser.

Suspiro, aliviado, de saber que mi decadencia no está subrayada por la negación de querer ser lo que fui. Aunque en esencia, en pura esencia entre extremos, el brillo de la mirada a veces me diga que sí.