domingo, 30 de agosto de 2020

La jerga

El uso de la jerga suele implicar una necesidad o voluntad de aceptación en el grupo que utiliza. Ciertamente, pocos elementos cohesionan más una masa y provocan la sensación de pertenencia que la diferenciación de los otros mediante el lenguaje.

Así, parece razonable y casi comprensible que quien se acerca a una agrupación de individuos empiece su proceso de inclusión adoptando las palabras y modismos propios de ellos.

En este ámbito, no puede ser menos. Y como en cualquier otro, resulta patético la traslación del lenguaje de la tribu al las conversaciones particulares, o que el uso de la jerga trascienda su mera función de reconocimiento tribal y de lugar a pretendidas disquisiciones intelectuales.

Siempre me ha parecido de una pobreza mental avasalladora el uso de la jerga fuera de contexto. Bueno, y de falta de carácter su empleo en cualquier situación. Será porque en la mayor parte de las ocasiones pude apreciar que sacaban provecho de ella los manipuladores y los arribistas. Y será porque nunca he confiado en la respetabilidad de la masa. A pesar de la potencia que tiene cuando es hábilmente dirigida y manipulada.

Saludos, señoritas y caballeros.

martes, 4 de agosto de 2020

La normalización (o no son todos los que están)

Aún recuerdo el día en el que se abrió el abanico de roles en este lugar. Fue poco más o menos cuanto también dejaron de tener cabida algunos de los rasgos más extremos que se pueden dar. De hecho, antes de que la página de exploración se llenara casi en exclusiva de tetas turgentes en lencería (un estilo a Playboy o Penthouse), no era raro ver alguna imagen con alguna gota de sangre.

El resultado fue el de dar más visibilidad a aspectos secundarios en el mundo sadomasoquista. Cuando no, absolutamente espúreos. Y es que sigo sin saber muy bien que coño pintan en una pagina BDSM la inclusión, el lgtbi, el fenómeno brat, la normalización, la visibilidad, el colectivo, el feminismo y otras zarandajas. Como si el excitarse sometiendo a alguien me obligara además a hacer proselitismo de todos esos movimientos. Ya puestos, pongamos también que hay que salvar las ballenas, ser ecológico, imponer la bici como transporte público aunque no tengas meniscos, estar a favor de los refugiados y mil reclamaciones más para poder tener el carnet de azotador.

Se ha llegado a un punto de ruido que la escena y la opinión están dominadas por militantes afines a varias de esas corrientes. Y es difícil encontrar a personas ajenas a semejante batiburrillo que se hallen centradas en el estímulo de la condición perversa inherente a lo que sencillamente es BDSM. Que valoren por la excitación que provoca una persona en los conceptos clásicos y elementales de lo que se tiene por BDSM, lo que implican en primera instancia las cuatro palabras que forman la sigla.

Uno puede llegar a pensar, con tanto griterío de masa informe, que ha perdido el sentido de lo que en realidad es. Hasta que por uno de esos avatares caprichosos, conoce ha alguien con la inmensa capacidad que requiere el ser capaz de disfrutar de esos sencillos conceptos. Entonces, se viene el tinglado abajo. Se viene abajo porque no importa si la fuente de la excitación es hombre, mujer, cualquier cosa entre medias o ninguna, tiene brazos o no, come carne o algas, pedalea o usa un 4x4, pesa 10 ó 1000 kilos, es un nazi o un republicano, haría comerse la mierda a los dueños de los perros o tiene una jauría ......lo único que importa es que tiene la capacidad de provocarte y recibir de ti sensaciones con esos cuatro conceptos básicos.

Y es cuando toma fuerza aquella frase que parecía exagerada y he escuchado sólo a los cuatro elegidos que tienes por especiales: “En realidad, somos muy pocos.”

Ahora sé que no, que no exageraban nada.

domingo, 2 de agosto de 2020

Un cálido y apretado retorno

Desde luego, la extraña situación que ahora mismo condiciona cualquier actividad ha tenido la particularísima virtud de relativizar casi todo. Supongo que es natural que venga de la mano de la sensación de estar asistiendo a la pérdida de certezas que hasta ahora se antojaban inamovibles. Ni siquiera la confianza permanece a salvo del cataclismo. Extraño cataclismo, aparentemente envuelto en un velo de normalidad que en realidad ya no es el que se conocía.
Por eso, cuando recibí aquel mensaje con dos días marcados y la palabra “puedo”, un retazo de la vieja normalidad perfumó al instante el ambiente. Y que se alinearan los astros para poder organizar, no sin esfuerzo, lo que antes apenas requería una simple llamada, Por un momento, todo volvió a ser como antes.

Llegado el día, como ocurría antes de todo, allí estábamos, frente a frente, dispuestos a disfrutar del placer que ya conocemos ambos. La mirada de tintes perversos tampoco había cambiado. Ni el lenguaje corporal tampoco. No hacía falta decirlo, simplemente tomó mi mano entre las suyas y esbozó una sonrisa. Una mano ancha, más bien grande, apta para ciertos cometidos, y no tanto para otros. Sus ojos sonreían, y el tamaño creciente de sus oscuros pezones no dejaban lugar a duda alguna en su húmeda determinación.

“¿Cabrá?”, pregunté más por cortesía que por otra cosa, pues ella no tenía ninguna duda duda de que iba a ser así.

Asintió lentamente, formando un gracioso mohín con los labios que contrastaba con la creciente expresión de perversa lujuria que la invadía. Asintió, mientras abría las piernas y sin decir nada me invitaba a comprobarlo sin dejar de mirarme a los ojos. Asintió, sin soltarme la mano mientras comprobaba con la otra que, efectivamente, parecía imposible que no pudiera entrar.
Se recostó en la cama, de espaldas, sin dejar de mirarme, sin soltarme la mano hasta que abrió del todo las piernas. Entonces, me dejó hacer, sin dejar de mirarme a los ojos. La mirada, clara de confianza y turbia de excitación, me decía que ya era toda mía.

No necesité lubricante. Su propia humedad, que bajaba abundantemente por sus muslos, fue suficiente. Los dedos entraron por orden, empapándose concienzudamente, restregándose por su cálida y ofrecida intimidad, así como el dorso de la mano, hasta la muñeca.

Entraban con asombrosa facilidad, uno, dos...cuatro, el pulgar abajo, sin apenas forzar. Seguía mirándome fijamente, a la vez que su respiración se agitaba, y el pulso aumentaba el ritmo. Me demoré, ralentizando los movimientos, el ritmo con la que iba ensanchando su abrazo, cada vez más firme y tenso. Pero no había ni un gesto que denotara esfuerzo. Toda ella era placer y excitación. Y cuánto mayor era la tensión, más placer había en su expresión.

Sin apenas esfuerzo, entró entera. Sólo en ese momento se permitió cerrar los ojos. Y ni siquiera una vez que se acostumbró a tamaña presencia, los volvió abrir. Probé a salir un poco, y la mano fluía entre sus espasmos. Un leve movimiento de entrada y salida que fue tomando amplitud y ritmo.
Se corría en silencio. Tan sólo abría los ojos cuando ocurría, y ante mi mirada interrogante, asentía y continuaba con el movimiento. Pasó por mi cabeza que probablemente podría incorporar a la otra mano al juego, pero lo dejé pasar. Habrá más días, sin duda, en los que ir más allá. Y notaba que estaba cerca el momento de acabar.

Paré el movimiento, y volvió a mírarme. Puso una mano sobre su pubis para sentirme salir. Y se dejó caer desmadejada sobre la cama, mientras lamía mi mano.

Antes de irnos, sonriendo, me miró y dijo. “Aún queda otro lugar que explorar.”

El cálido y apretado retorno acaba de comenzar.