Mira
que soy un tipo templado. Tanto que hay quien me tiene por frío. Yo
creo que no es para tanto, pero claro, si más de una te ve de esa
manera, algo habrá.
Así que temple, y frialdad. También paciente, dicen.
Será verdad. Y si es así ¿cómo es posible que se pueda ir la mano?
Desde luego, me encanta sacarla a pasear. No sé si más de la cuenta,
pero desde luego, mucho. A veces, la tentación es inevitable, el
estímulo es inevitable, el acto es inevitable. Y ocurre. Ocurre que los
dedos acarician la suave piel del cuello. O el dorso de la mano recorre
sin apenas rozar el contorno del cuerpo, el interior de los brazos
desnudos, la curva de la cadera, el señuelo marcado de los pezones, en
un intercambio de incitaciones, más que lascivas, perversas.
Aunque no es solo sutileza lo que anima el movimiento. En ocasiones
el puño, casi crispado, agarra con fuerza el pelo. O trata de cerrarse
sobre la garganta, apretando con intensidad mientras fijo
inequívocamente la mirada, en preludio quizás a una bofetada que da aún
más tono a las mejillas y humedad a los muslos.
Y ya, una vez abierta la mano, se escurre bajo la falda, obligando a
separar las piernas, dibujando pliegues bañados en viscoso calor,
hurgando a la vez en las hendiduras y los demonios, mezclando el frío de
los ojos con el calor de la carne palpitante y el ardor de la mente
doblegada.
Si, se me va la mano, sin que pueda hacer nada por evitarlo.
Pero esto, viendo cómo, a pesar de todo, sonríes, no puede ser pecado ¿verdad?