No
paraba de hablar. Entiendo la tensión y el nerviosismo que provocan el
parloteo incansable, y aunque me irrita, le permito un cierto desahogo.
Una vez juzgo que es suficiente, le hago saber que se ha acabado. Su
mirada dice que comprende, y calla a la vez que baja la cabeza. Pero
sólo tarda dos segundos en alzar los ojos y reanudar la charla.
Le cruzo la cara sin previo aviso. Y se queda helada. Va decir algo y otra bofetada, más plena y contundente que la anterior, reafirma la indicación.
Vuelve a dejar caer la cabeza, y en su cuerpo ha desaparecido toda esa tensión superflua. Y ahora, por fin, podemos comenzar.
Le cruzo la cara sin previo aviso. Y se queda helada. Va decir algo y otra bofetada, más plena y contundente que la anterior, reafirma la indicación.
Vuelve a dejar caer la cabeza, y en su cuerpo ha desaparecido toda esa tensión superflua. Y ahora, por fin, podemos comenzar.