viernes, 20 de septiembre de 2019

Instinto

No paraba de hablar. Entiendo la tensión y el nerviosismo que provocan el parloteo incansable, y aunque me irrita, le permito un cierto desahogo. Una vez juzgo que es suficiente, le hago saber que se ha acabado. Su mirada dice que comprende, y calla a la vez que baja la cabeza. Pero sólo tarda dos segundos en alzar los ojos y reanudar la charla.

Le cruzo la cara sin previo aviso. Y se queda helada. Va decir algo y otra bofetada, más plena y contundente que la anterior, reafirma la indicación.

Vuelve a dejar caer la cabeza, y en su cuerpo ha desaparecido toda esa tensión superflua. Y ahora, por fin, podemos comenzar.

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