viernes, 31 de agosto de 2012

Inútil

Hace tiempo, ya bastante, recuerdo que ante la pregunta ¿para que sirve una sumisa?  (pregunta recurrente por cierto en diversos foros del ramo), respondí con una estrofa de esta canción.

La respuesta fue furibunda, ("¿me estás llamando inútil?")....

Cándido de mi, supuse que por el mero hecho de ser capaz de disfrutar de sensaciones que no están al alcance del común de los mortales, quien lo hace llevaba incorporados de serie la sensibilidad y la sutileza.

No era el caso de aquella "palurda" ni su cohorte de aplaudidoras, y aún después de explicárselo, dudo mucho que lo entendiera. También comprendí en aquel instante que hay gran cantidad de gente que lo único que desea tras la pantalla del sadomasoquismo es follar, y que les escuchen.

Ciertamente, aquella mujer era una inútil, y no es lo que presumía de ser.

Hoy, en otro entorno, totalmente diferente, en el que el sexo sin disimulo es el motor principal, me encontré con alguien que decía buscar "sólo cuando pierde algo útil"

Inmediatamente recordé la canción y el incidente relatado al principio.

Cuando ya no valgan para nada,  ¿alguien los buscará?

jueves, 30 de agosto de 2012

Ansia tensa

De vez en cuando aparece. Un leve desasosiego que crece lentamente. La sensación de conocer el futuro; no en sus detalles, pero sí con total certeza el estado final.

Un futuro negro. Aparece la impotencia, o quizá sea ya la experiencia quien dicta los tiempos, anunciando la inutilidad de cualquier maniobra para huir, o siquiera dar un paso lateral y dejar pasar las oscuridad de largo.

Poco a poco se adueña de cada uno de mis actos, tras anular mi mente. Sigue imparable, absolutamente inexorable. Aún en estos instantes, tengo claro un único pensamiento, que insistentemente me dice que no me deje llevar, que no permita, por acción u omisión, que nada irreparable suceda.

Porque la espiral del vértigo está cerca, y entra sin avisar. Igual que a un loco se le quitan los cuchillos del alcance de la mano, he de retirar todo aquello que me puede hacer provocar daño.

Siento la pulsión destructiva, como crece; se debate enjaulada, queriendo salir.....es difícil modular la presión, y siempre queda algún cabo suelto. No tuve a nadie cerca para evitarlo. Se está convirtiendo en una irritante costumbre.

Esta vez, una vez más, creo que he conseguido encaminar sus efectos a zona muerta. Aún no acabado, pero quizá estas líneas indiquen que el fin está cerca....al menos, esta vez.

Mañana veré el parte de guerra. Hoy ya no puedo hacer nada más.

jueves, 23 de agosto de 2012

Perlas en un collar

Una noche de verano, sofocante aún pasada la medianoche. Un lecho amplio, una estancia oscura; el aleteo rítmico y constante de las aspas giran en el techo arrojan oleadas breves de alivio sobre un cuerpo caliente, vestido sólo con su propio aroma. Está completamente desplegado, tratando de aprovechar la caricia refrescante de la leve brisa que cae sobre él. A lo lejos, más allá de la ventana, la presencia del mar aumenta el tormento que provoca la alta temperatura, invitando a salir a la noche y pisar la arena de la playa.

La piel se pega a las sábanas, y las piernas se abren al máximo, apuntando a las esquinas como si quisieran responder a la tensión de unas cuerdas imaginarias que tiraran de ellas. Una voz le ordena que recorra su vientre con el collar, lentamente. Un roce suave, contínuo, que sube lentamente al pecho. Allí, juguetea con las formas redondas, generosas, y se enredan en su relieve, arrancando los primeros suspiros. Sigue subiendo, pasa a la nuca, la recorre con precisión, emulando esa caricia de modo que aumenta el deseo, y vuelve hacia abajo, en sentido inverso, visitando las mismas zonas. Se escuchan ya gemidos, leves aún. Al llegar al punto de partida, la voz ordena que haga subir al intruso al mismo borde del monte que corona la bajada y que comience un leve movimiento que haga oscilar las cuentas. La falta de contacto pleno hace que aumente el deseo, la excitación.

La misma voz ordena que levante las caderas para buscar el péndulo con el sexo ya mojado y caliente. Crece el jadeo, la humedad, el calor y comienza una letanía de susurros levemente audibles. Una nueva orden manda bajar la mano que sostiene el improvisado martillo, y ahora sus golpecitos aciertan de lleno en su ansioso objetivo. Sube el jadeo, baja el tono, se incrementa el murmullo, expresando todo ello el estado de quien lo emite. La voz ordena de nuevo....."¡cuenta los impactos!", y ahora cada toque en el sexo elevado de la cama todo lo que le permite la posición de sus caderas es acompañado de un número. Pierde la cuenta, aparecen súplicas, negaciones....pero siempre entre suspiros cada vez más frecuentes e intensos.

Tras un buen rato de juego, llega el momento de pasar agrupar las perlas y hacer recuento. Una a una, van entrando en la cueva, que las recibe gustosamente, ofreciendo un medio casi marino, de una calidez tropical. El ritmo de los jadeos anuncia ya un desenlace, mas prosigue la entrada con suma lentitud, disfrutando el paso de cada perla por la puerta de la concha carnosa que las recibe.

Una vez todas dentro, llega el momento de culminar el juego. Una súplica más gemida que susurrada pide a la voz que ordena clemencia, y que permita poner fin a tan suave tormento. Hay una leve espera, que se antoja eterna, tras la cual se ordena salir a las apretadas inquilinas de la palpitante vagina. Y así se produce la salida, de nuevo lenta, y que inexorablemente va conduciendo al borde del clímax a ese cuerpo que se retuerce, totalmente expuesto, absolutamente entregado.

Y con la última orden, se produce, por fin el desenlace.....una vez más.



martes, 21 de agosto de 2012

Un collar de perlas.


Redondas, de tamaño medio. Separadas por breves huecos que se separan y juntan al hilo de movimientos caprichosos, cerrando y abriendo volúmenes, aprisionando y liberando espacios, aleatoriamente.

En su uso natural, dibujan figuras sobre el pecho en el cual descansan, siguiendo el ritmo del andar que lo anima, el soplo del aíre que lo levanta y lo baja, embarrancando levemente a veces en las dos perlas naturales que coronan su confinamiento de tela y piel. Suenan, incisiva y puntualmente, al chocar entre sí, ejerciendo de canto de sirena, que viene a completar la visión de las esferas pulidas jugando y plegandose entre las formas voluptuosas de su refugio carnal.

Hay ocasiones que, sin embargo, su fino y sorprendente tacto se destierra a zonas del cuerpo no tan habituales. No es extraño verlo ceñir una muñeca, o un tobillo, transmutado en aristocrática pulsera; una suerte de ligadura lujosa, quizá anuncio de deseos ocultos. En esa disposción, apretada, hace que los choques sean constantes, el sonido más sinuoso y contínuo, y la lucha por el espacio provoca que las bolitas de nacar peleen entre sí, pellizcando a todo aquello que se acerca al campo de su batalla.  La vista pierde en intensidad, que sin embargo obtiene el tacto, a la vez que se sugieren escenarios menos explícitos.

Pero hay un lugar donde se encuentran como si nunca hubieran salido de su originario hogar. Aprisionadas en su concha, oscuras, ocultas a la vista, esperando aparentemente despertar. Ahora no son un ornamento dispuesto para realzar una belleza o sugerir pasiones ocultas. Son en si mismas, fuentes de deseo. Ocupan un angosto recinto, casi salado, húmedo y cálido y en estos momentos más perverso que íntimo. Y a diferencia de su lecho primitivo, no están solas. Tienen compañeras de cautiverio que les disputan la caricia del pálpito cavernoso que las acoge. Esa estrechez les hace revolverse, unas contra otras, traspasando su agitación al tejido adyacente. Sus pellizcos provocan escalofríos, y su presencia dan a su portadora un brillo inequívoco a sus ojos y un tono sutil a su piel que anuncia su excitación.

Una excitación no sólo física. Es más, pasado cierto umbral, no es ya ese contacto el estímulo principal, aunque entren y salgan mientras recorren cada pliegue descuidadamente o transmitan su presencia mientras la afortunada portadora camina con el tesoro en su seno. En ese instante, vibrante contrasentido, el collar oculto en la carne marca indeleblemente el espíritu que revela la condición de quien así lo viste.



martes, 7 de agosto de 2012

Murallas

Una protección. Levantada a veces de forma instintiva, otras deliberada. Casi siempre una mezcla de ambas. Para estar a resguardo de lo que viene de fuera...o de si mismo.

El temor las propone. El ánimo las dispone. Lucen imponentes. Brillantes, sólidas, coherentes.....y cuando parece que nada podrá ya con ellas, caen a los pies de un soplo inesperado.

Una mirada anunció la propuesta.

Un roce confirmó la disposición.

Dos palabras quisieron mostrar su fulgor y su fuerza.

Una sonrisa, la falsa y cómoda tranquilidad que propocionan.

Tras pasar un periodo breve, un tenue viento disimulado por las rendijas fue suficiente para socavar sus cimientos, imperceptiblemente.

seis, siete, ocho soplos fueron repelidos sin aparente esfuerzo, mas mostraron que el camino estaba abierto.

una tarde calurosa, de aire tibio y cálida pereza se preparó el asalto

Una risa mostró la grieta

Un error pausado la disposición

Dos palabras anunciaron la caida de las primeras piedras

Un susurro casi gemido anunció la rendición

La capitulación se firmó a la mañana siguiente. Una dulce entrega, consumada una vez más. Y no será la última, afortunadamente.