jueves, 23 de agosto de 2012

Perlas en un collar

Una noche de verano, sofocante aún pasada la medianoche. Un lecho amplio, una estancia oscura; el aleteo rítmico y constante de las aspas giran en el techo arrojan oleadas breves de alivio sobre un cuerpo caliente, vestido sólo con su propio aroma. Está completamente desplegado, tratando de aprovechar la caricia refrescante de la leve brisa que cae sobre él. A lo lejos, más allá de la ventana, la presencia del mar aumenta el tormento que provoca la alta temperatura, invitando a salir a la noche y pisar la arena de la playa.

La piel se pega a las sábanas, y las piernas se abren al máximo, apuntando a las esquinas como si quisieran responder a la tensión de unas cuerdas imaginarias que tiraran de ellas. Una voz le ordena que recorra su vientre con el collar, lentamente. Un roce suave, contínuo, que sube lentamente al pecho. Allí, juguetea con las formas redondas, generosas, y se enredan en su relieve, arrancando los primeros suspiros. Sigue subiendo, pasa a la nuca, la recorre con precisión, emulando esa caricia de modo que aumenta el deseo, y vuelve hacia abajo, en sentido inverso, visitando las mismas zonas. Se escuchan ya gemidos, leves aún. Al llegar al punto de partida, la voz ordena que haga subir al intruso al mismo borde del monte que corona la bajada y que comience un leve movimiento que haga oscilar las cuentas. La falta de contacto pleno hace que aumente el deseo, la excitación.

La misma voz ordena que levante las caderas para buscar el péndulo con el sexo ya mojado y caliente. Crece el jadeo, la humedad, el calor y comienza una letanía de susurros levemente audibles. Una nueva orden manda bajar la mano que sostiene el improvisado martillo, y ahora sus golpecitos aciertan de lleno en su ansioso objetivo. Sube el jadeo, baja el tono, se incrementa el murmullo, expresando todo ello el estado de quien lo emite. La voz ordena de nuevo....."¡cuenta los impactos!", y ahora cada toque en el sexo elevado de la cama todo lo que le permite la posición de sus caderas es acompañado de un número. Pierde la cuenta, aparecen súplicas, negaciones....pero siempre entre suspiros cada vez más frecuentes e intensos.

Tras un buen rato de juego, llega el momento de pasar agrupar las perlas y hacer recuento. Una a una, van entrando en la cueva, que las recibe gustosamente, ofreciendo un medio casi marino, de una calidez tropical. El ritmo de los jadeos anuncia ya un desenlace, mas prosigue la entrada con suma lentitud, disfrutando el paso de cada perla por la puerta de la concha carnosa que las recibe.

Una vez todas dentro, llega el momento de culminar el juego. Una súplica más gemida que susurrada pide a la voz que ordena clemencia, y que permita poner fin a tan suave tormento. Hay una leve espera, que se antoja eterna, tras la cual se ordena salir a las apretadas inquilinas de la palpitante vagina. Y así se produce la salida, de nuevo lenta, y que inexorablemente va conduciendo al borde del clímax a ese cuerpo que se retuerce, totalmente expuesto, absolutamente entregado.

Y con la última orden, se produce, por fin el desenlace.....una vez más.



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