Un señor mayor. Dominante con un aroma a sádico en aumento. Para mí,
el sadomasoquismo es un juego erótico en el cual explorar el deseo
interor más profundo. La posesión, el dolor y lo inusual llevan en mente
y cuerpo hacia nuevos placeres más allá de los confines del sexo
convencional, de mano de la imaginación y la perversidad. En absoluto
tradicional, no sigo las convenciones del género. El sexo es
fundamental, y necesariamente han de acompañarlo la confianza, la
educación, el respeto, la complicidad y cierto afecto.
No pretendo compromiso más allá de la relación erótica y amistosa. Y
no me interesan relaciones que no puedan ofrecer cierta continuidad,
dentro del ámbito que mi estado impone.
Me gustan las mujeres inteligentes, sensibles y educadas, con un
mínimo imprescindible de coherencia, estilo y saber estar que acompañen a
la necesaria perversidad de su carácter. Con un firme deseo de entrega y
cierta inclinación masoquista. Han de ser consistentes con su deseo y
tener claro lo que pretenden. No es necesaria la experiencia, pero es
innegociable la disposición. El sentimiento de necesitar sentirse
sometida con naturalidad se supone.
Tuvo éxito de crítica, pero no de taquilla. Debe ser más fácil imaginar y teorizar que ejecutar. Sobre todo cuando puede doler.
martes, 27 de marzo de 2018
lunes, 12 de marzo de 2018
Recuerdos
No hay que irse muy atrás. Están frescos aún. La mezcla de
sensaciones en lo sentidos aún permanece presente, como si aún
continuara el estímulo que lo provoca. Y es que continúa. No es
necesaria la interacción física. La impresión quedó tan indeleblemente
grabada que solo con rememorar el acto vuelven a brotar las sensaciones.
Ni siquiera hace falta recordar los hechos. La propia génesis, fruto de la excitación perversa de la mente ante aquello que queda dispuesto a disposición, resultado inevitable de una complicidad que trasciende presencia y tacto.
La complicidad retorcida que hace tangible lo inimaginable. Y más.
Ni siquiera hace falta recordar los hechos. La propia génesis, fruto de la excitación perversa de la mente ante aquello que queda dispuesto a disposición, resultado inevitable de una complicidad que trasciende presencia y tacto.
La complicidad retorcida que hace tangible lo inimaginable. Y más.
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