jueves, 28 de febrero de 2019

Lo de puta se te va a quedar corto en un suspiro

Considéralo así. Puta.

Cosas de la edad

Hace tiempo que decidí no meterme en reyertas acerca de quién tiene la razón, quién el patrimonio de la pureza o simplemente quien la tiene más grande. En el fondo, en su propio patio cada uno puede bajar las escaleras como quiera, siempre que no intente decirme como he de bajarlas yo.

Sin embargo, cuando me encuentro con gilipollas en un púlpito, y a otros veinte rebatiendo, a veces se me hace difícil no decirlo entre dientes. Espero que, al tratarse de algo bajo mi consideración no se oiga demasiado fuerte.

Gilipollas...ups (dicho sea sin distinción de género del modo más inclusivo posible, naturalmente)

Deberíamos, hijo, deberíamos.

Padre, ¿no deberíamos separarlos?

Deberíamos, hijo, deberíamos.

sábado, 23 de febrero de 2019

Cuatro letras

La piel blanca brilla en su palidez, desafiando la pobre iluminación de la estancia. El aroma a reto, voluntario o no, flota todavía en el ambiente, domesticado parcialmente por el eco del sonido que inundó, en breves fogonazos, el silencio de la habitación. Silencio cortado tras el intenso encuentro de la carne contra la carne. Queda, como rastro de ello, el trazo de varios dedos. Unos dedos, marcando su figura sobre el lienzo ofrecido, de forma que dibujan una red de hilos bien delimitados, que de inmediato empiezan a coger temperatura y color. Los otros dedos, nerviosos y crispados, agarran las sábanas como si buscaran un asidero que permita fluir toda la tensión que la embarga y, a la vez, le alivian levemente del esfuerzo a la que la obliga la humillante postura que debe mantener.

Humillante porque no es capaz de esconder la terrible excitación que la embarga. A ella, tan recatada, tan pudorosa y pulcra. A ella, que jamás pensó en gozar tan irremediablemente de una disposición que sólo una palabra de cuatro letras define con absoluta propiedad. Palabra que le rechina, casi la única de las palabras que le dedica el dueño de las manos que ahora separan sus nalgas, acariciando sus muslos. El dueño que intuye se solaza mirando aquello en lo que la está convirtiendo, lenta, paciente e inexorablemente. Y la maldita palabra suena en esos labios que imagina, no, que sabe que se abren en una sonrisa burlona y complacida a la vista de su obra. Esa palabra que la penetra más que ninguna otra cosa de las que invaden su cuerpo, que el olor a su sexo desbocado o que el sonido propio de la humedad lúbrica añade a tan obsceno acto.

Cuatro letras que retumban, taladran, derriban, someten. Y no lo puede evitar. Y sabe (Dios mío , ya lo sabe, tan pronto y ya lo sabe) que en breve su eco dejará de ser doloroso y las buscará como se desea el mejor de los néctares .

Y finalmente, ante la última pregunta, convencida y una vez más doblegada, responde:

“Soy una puta. Su puta, Señor.”

Cuatro letras nada más.