miércoles, 13 de abril de 2022

Te busco y no te encuentras

 Te busco....y no te encuentras.

Las palabras lo dicen de soslayo, con la sutileza de un roce inventado, la caricia de una mirada desmayada. Apenas perceptible, es inequívoco y exigente en su incitante invitación, presa entre líneas que parecen no querer nada y sin embargo lo reclaman todo.

Te busco...y no me encuentras.

Todo. Absolutamente todo. Nada menos que todo. Posibilidad rebosante, hija de la voluntad, la capacidad, el deseo y la curiosidad. Resultado del atrevimiento enfundado en un carácter decidido, delineado y potente, aunque parece envuelto en la seda de la sugerencia que llama y no en la incitación que reclama. Y están presentes los dos.

Me buscas .....y no lo sabes.

O no lo quieres saber. La circunstancia parece tan ajena, los mundos tan diferentes, los espacios tan disjuntos que no parece posible la mezcla de seres tan diferentes. Pero la apariencia no es que engañe, es que no tiene sentido, pues la potencialidad exige crear algo que no existe aún, imposible de imaginar, incluso una vez creador hecho cierto. No lo puedes saber, pero a poco que mires bien....lo sabrás.

Quiero que me odies

 Sí, quiero que me odies. Que no puedas evitarlo.
Quiero que creas que puedes desasirte, y que sepas que te es imposible hacerlo.

Sí, quiero que me odies. Que él descubrimiento te torture.
Quiero que te conozcas en lo que no habrías siquiera imaginado, y que ese conocimiento te capture inevitablemente y haga que tu voluntad deje de pertenecerte. Que lo notes, lo sepas y lo odies, con toda tu alma.

Quiero que me odies, en cuerpo y alma,
Que notes que no puedes controlar tus reacciones, que sientas el manejo externo y no te quede más placer que el sentimiento de entrega, servidumbre y rendición. Y que te sorprendas deseándolo mientras tu odio aumenta.

Quiero que me odies, aunque en realidad, te odias por sentirte así. Y por no desear sentir de otra forma.

Lo quiero. Hazlo. Ódiame.

El elogio de la piel

 El elogio de la piel, desde la aparente paradoja que confronta lo animal con la ternura. El suave cuidado que se mece tras la máscara inmisericorde de la caza despiadada, que se cobra la presa en la orgía de sensaciones del pulso primario balanceado con un cariño infinito por lo que se es, se hace y en lo que el acto común nos convierte.

Jauría cómplice y a la vez primordial, donde todo cabe y está permitido, exigencia de una naturalidad que con espíritus ajenos resulta imposible, impensable, humillantemente indeseable.

Donde nada está prohibido y que por no dejar de ser será. Infinito delirio

viernes, 8 de abril de 2022

Día de rojos

No, no se trata de un capítulo de El mentalista. Tampoco de una reunión de antiguos camaradas, ni de heridas abiertas. No, nada de todo eso.

Fue un día en el que ante mis ojos desfilaron, en una apreciable y casual secuencia (o no, quizá estaba predispuesto a captarlo y mi causalidad derivó en aparente casualidad), un conjunto de imágenes cargadas de ese rojo que remite a una excitante pasión, estimulante de ánimo marcadamente lascivo. No de esos rojos bastardos que parecen querer picotear selectivamente en toda la amplitud del espectro cromático, haciendo mezclas imposibles y obteniendo tonalidades que acaban por asemejárseme a las bolas de plastelina mezclada.

Rojos con predominancia pura, intensa, con esa explicitud plena en la intención que va cargada de guiños y sugerencias, sin dejar que ningún otro tono predomine, y ni siquiera se insinúe subrepticiamente, sin dar lugar a que otra longitud de onda pueda interferir, o peor aún, trate de imponerse usando un tono que no le pertenece.

Ese rojo que es de todos, que cualquiera reconoce su llamada y responde en consecuencia, que lanza su mensaje de intensidad abrasadora, de pálpito carnal y mente psicalíptica, inevitable invitación a centrarse en el sexo en cualquiera de sus formas. En la forma que la mente e inclinación primaria de cada uno concibe la excitación y queda predispuesto al observarlo.

Ese rojo que nos remite a ello sin medias tintas, del mismo modo que el verde lo hace a la espesura del monte o la amplitud de praderas y dehesas, el azul a la liquidez del mar o la amplitud del cielo, el naranja al sol, el morado a la Semana Santa y el arcoíris a la lluvia. Ese rojo que al contrario que los anteriores, que mudan de símbolo al que representar, permanece intacto en su remisión a la sangre y su pálpito caliente y vital.

Un rojo primordial. ¿Qué tendrá el rojo? Yo lo sé, sin duda. Me encantan estos días de rojos. Claro que sí.

jueves, 7 de abril de 2022

Nuria, la de las bragas viscosas

Es una niñita. En todos los aspectos, salvo en las tetas. Claro que es de esas que les crecieron antes que los dientes y centraron en ellas su yo.

Incapaz, incoherente, nada de fiar, mentirosa, cobarde y un poco corta. Encima ni sabe lo que quiere. Pobrecita. Ha quedado condenada a no gozar nunca más lo que ha conocido, y a pensar en mí cada vez que se excita o fantasea.

Pues eso sí, se moja con la humillación. Humillada, mojada y cortita.
Como un animal. Tan animal que se da asco a sí misma. Asco por reaccionar así saberse tan enganchada a la imagen que he creado en su mente. Asco por saber que su placer desde entonces nunca será igual. Asco por no poder evitarlo. Asco por ir follándose a los tipos compulsivamente sin llegar a gozar como ahora sabe que es capaz de hacerlo. Asco por no parar de pensar en meterse las bragas en la boca, en frotarse contra las patas de las mesas. Asco por no ser capaz de decirse que no, que ya basta. Lo triste es que tiene tan poca voluntad y autoestima que aparecerá periódicamente mendigando una ristra de orgamos encadenados sintiéndose la putilla más sucia del mundo. En su cortedad, es incapaz de asumir que ya no habrá más. Y eso la moja aún más.

La niñita manchabragas. Es como el perro de Pavlov. Responde al impulso primario sin mayor complicación. No puede dejar de excitarse al pensarse ante mí. Y ha tenido que reponer toda su ropa interior. Y ni aún así.

Nuria bragas viscosas. Con Dios, en impulsivo calor y humedad.

Amén.

lunes, 4 de abril de 2022

Una colusión incondicional.

 Me encanta cuando ocurre. Casi sin darnos cuenta, se establece una cercanía que nace de un entendimiento esencial. Tanto, que desaparece toda urgencia, toda prisa, no hay ansia alguna y la sonrisa calmada preside con naturalidad el ambiente. No hay que hacer, proponer, incitar o guiar. La certeza de que "pasará" es tan relajante como excitante. Una excitación tranquila, con sabor a fruta mordida, de las que hacen que las fronteras se diluyan, el tiempo se ensanche sin perder el ritmo, con un suave balanceo que mece y abraza con calidez inintencionada con toda intención.

Esa certeza, acompañada de un aroma de abarcable infinitud, fuente de todas las paradojas y crisol de cada posible sensación. Sí, la certeza de que todo es posible, y que por no dejar de ser será. Un infinito delirio llamado deseo, pero de "ese" deseo, tranquilo, excitante, calmado, ilusionante.

Por supuesto, retorcido, perverso. Y adornado con el tibio zumo prensado de uvas verdes y piel de melocotón. Que por no dejar de ser, será, sí. Contra toda tercera parte, que está de más. Incondicionalmente de más.

Es peligroso asomarse al exterior.

 Es verdad. Por eso ya no se pueden abrir las ventanas en los autocares ni los trenes. En realidad, no es más peligroso que antaño, pero ahora se evalúan tanto los riesgos que actos que eran cotidianos o de lo más corriente han dejado de ser posibles. 

Hay una tendencia a adaptarlo todo, absolutamente todo, al paso del más lento. Incluso aunque el premioso no pueda andar. En tiempos de exacerbar la individualidad como rasgo de distinción se favorece el comportamiento gregario. Y casi nadie protesta. Porque el que lo hace será tachado de insolidario, excluyente, sectario o fascista. Curioso esto último, cuando el fascismo precisamente lo que persigue es el comportamiento uniforme y aborregado de la masa. 

No importa, tarde o temprano el péndulo irá al otro lado. Pero mientras, a mí nadie me devuelven los años que pasan envuelto en este magma gris y asqueroso. Aunque lo borregos vayan disfrados de colores. 

Me hago mayor, sin duda.