lunes, 4 de abril de 2022

Una colusión incondicional.

 Me encanta cuando ocurre. Casi sin darnos cuenta, se establece una cercanía que nace de un entendimiento esencial. Tanto, que desaparece toda urgencia, toda prisa, no hay ansia alguna y la sonrisa calmada preside con naturalidad el ambiente. No hay que hacer, proponer, incitar o guiar. La certeza de que "pasará" es tan relajante como excitante. Una excitación tranquila, con sabor a fruta mordida, de las que hacen que las fronteras se diluyan, el tiempo se ensanche sin perder el ritmo, con un suave balanceo que mece y abraza con calidez inintencionada con toda intención.

Esa certeza, acompañada de un aroma de abarcable infinitud, fuente de todas las paradojas y crisol de cada posible sensación. Sí, la certeza de que todo es posible, y que por no dejar de ser será. Un infinito delirio llamado deseo, pero de "ese" deseo, tranquilo, excitante, calmado, ilusionante.

Por supuesto, retorcido, perverso. Y adornado con el tibio zumo prensado de uvas verdes y piel de melocotón. Que por no dejar de ser, será, sí. Contra toda tercera parte, que está de más. Incondicionalmente de más.

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