Me encanta cuando ocurre. Casi sin darnos cuenta, se establece una cercanía que nace de un entendimiento esencial. Tanto, que desaparece toda urgencia, toda prisa, no hay ansia alguna y la sonrisa calmada preside con naturalidad el ambiente. No hay que hacer, proponer, incitar o guiar. La certeza de que "pasará" es tan relajante como excitante. Una excitación tranquila, con sabor a fruta mordida, de las que hacen que las fronteras se diluyan, el tiempo se ensanche sin perder el ritmo, con un suave balanceo que mece y abraza con calidez inintencionada con toda intención.
Esa certeza, acompañada de un aroma de abarcable infinitud, fuente de todas las paradojas y crisol de cada posible sensación. Sí, la certeza de que todo es posible, y que por no dejar de ser será. Un infinito delirio llamado deseo, pero de "ese" deseo, tranquilo, excitante, calmado, ilusionante.
Por supuesto, retorcido, perverso. Y adornado con el tibio zumo prensado de uvas verdes y piel de melocotón. Que por no dejar de ser, será, sí. Contra toda tercera parte, que está de más. Incondicionalmente de más.
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