lunes, 11 de marzo de 2024

Se me va la mano

 

Mira que soy un tipo templado. Tanto que hay quien me tiene por frío. Yo creo que no es para tanto, pero claro, si más de una te ve de esa manera, algo habrá.

Así que temple, y frialdad. También paciente, dicen.

Será verdad. Y si es así ¿cómo es posible que se pueda ir la mano? Desde luego, me encanta sacarla a pasear. No sé si más de la cuenta, pero desde luego, mucho. A veces, la tentación es inevitable, el estímulo es inevitable, el acto es inevitable. Y ocurre. Ocurre que los dedos acarician la suave piel del cuello. O el dorso de la mano recorre sin apenas rozar el contorno del cuerpo, el interior de los brazos desnudos, la curva de la cadera, el señuelo marcado de los pezones, en un intercambio de incitaciones, más que lascivas, perversas.

Aunque no es solo sutileza lo que anima el movimiento. En ocasiones el puño, casi crispado, agarra con fuerza el pelo. O trata de cerrarse sobre la garganta, apretando con intensidad mientras fijo inequívocamente la mirada, en preludio quizás a una bofetada que da aún más tono a las mejillas y humedad a los muslos.

Y ya, una vez abierta la mano, se escurre bajo la falda, obligando a separar las piernas, dibujando pliegues bañados en viscoso calor, hurgando a la vez en las hendiduras y los demonios, mezclando el frío de los ojos con el calor de la carne palpitante y el ardor de la mente doblegada.

Si, se me va la mano, sin que pueda hacer nada por evitarlo.

Pero esto, viendo cómo, a pesar de todo, sonríes, no puede ser pecado ¿verdad?

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