domingo, 2 de agosto de 2020

Un cálido y apretado retorno

Desde luego, la extraña situación que ahora mismo condiciona cualquier actividad ha tenido la particularísima virtud de relativizar casi todo. Supongo que es natural que venga de la mano de la sensación de estar asistiendo a la pérdida de certezas que hasta ahora se antojaban inamovibles. Ni siquiera la confianza permanece a salvo del cataclismo. Extraño cataclismo, aparentemente envuelto en un velo de normalidad que en realidad ya no es el que se conocía.
Por eso, cuando recibí aquel mensaje con dos días marcados y la palabra “puedo”, un retazo de la vieja normalidad perfumó al instante el ambiente. Y que se alinearan los astros para poder organizar, no sin esfuerzo, lo que antes apenas requería una simple llamada, Por un momento, todo volvió a ser como antes.

Llegado el día, como ocurría antes de todo, allí estábamos, frente a frente, dispuestos a disfrutar del placer que ya conocemos ambos. La mirada de tintes perversos tampoco había cambiado. Ni el lenguaje corporal tampoco. No hacía falta decirlo, simplemente tomó mi mano entre las suyas y esbozó una sonrisa. Una mano ancha, más bien grande, apta para ciertos cometidos, y no tanto para otros. Sus ojos sonreían, y el tamaño creciente de sus oscuros pezones no dejaban lugar a duda alguna en su húmeda determinación.

“¿Cabrá?”, pregunté más por cortesía que por otra cosa, pues ella no tenía ninguna duda duda de que iba a ser así.

Asintió lentamente, formando un gracioso mohín con los labios que contrastaba con la creciente expresión de perversa lujuria que la invadía. Asintió, mientras abría las piernas y sin decir nada me invitaba a comprobarlo sin dejar de mirarme a los ojos. Asintió, sin soltarme la mano mientras comprobaba con la otra que, efectivamente, parecía imposible que no pudiera entrar.
Se recostó en la cama, de espaldas, sin dejar de mirarme, sin soltarme la mano hasta que abrió del todo las piernas. Entonces, me dejó hacer, sin dejar de mirarme a los ojos. La mirada, clara de confianza y turbia de excitación, me decía que ya era toda mía.

No necesité lubricante. Su propia humedad, que bajaba abundantemente por sus muslos, fue suficiente. Los dedos entraron por orden, empapándose concienzudamente, restregándose por su cálida y ofrecida intimidad, así como el dorso de la mano, hasta la muñeca.

Entraban con asombrosa facilidad, uno, dos...cuatro, el pulgar abajo, sin apenas forzar. Seguía mirándome fijamente, a la vez que su respiración se agitaba, y el pulso aumentaba el ritmo. Me demoré, ralentizando los movimientos, el ritmo con la que iba ensanchando su abrazo, cada vez más firme y tenso. Pero no había ni un gesto que denotara esfuerzo. Toda ella era placer y excitación. Y cuánto mayor era la tensión, más placer había en su expresión.

Sin apenas esfuerzo, entró entera. Sólo en ese momento se permitió cerrar los ojos. Y ni siquiera una vez que se acostumbró a tamaña presencia, los volvió abrir. Probé a salir un poco, y la mano fluía entre sus espasmos. Un leve movimiento de entrada y salida que fue tomando amplitud y ritmo.
Se corría en silencio. Tan sólo abría los ojos cuando ocurría, y ante mi mirada interrogante, asentía y continuaba con el movimiento. Pasó por mi cabeza que probablemente podría incorporar a la otra mano al juego, pero lo dejé pasar. Habrá más días, sin duda, en los que ir más allá. Y notaba que estaba cerca el momento de acabar.

Paré el movimiento, y volvió a mírarme. Puso una mano sobre su pubis para sentirme salir. Y se dejó caer desmadejada sobre la cama, mientras lamía mi mano.

Antes de irnos, sonriendo, me miró y dijo. “Aún queda otro lugar que explorar.”

El cálido y apretado retorno acaba de comenzar.

1 comentario:

  1. Ojalá volver pronto a la normalidad y espero que sin peajes extraños.

    Llevaba mucho tiempo sin pasar por aquí, me alegro que sigas bien.

    Abrazos,

    P

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