Entró con apariencia distraída, por la ventana. Como sin querer,
mostrando su silueta milímetro a milímetro, ese disco gigante y
caliente, que todo lo ciega. Trataba de parecer pequeño, sin poder
ocultar su inmensidad desmusarada de cuerpo celeste. Se hizo
omnipresente, por unos instantes amenazó con una eternidad luminosa
inacabable e intensa. No se preocupaba por borrar nada, seguro de
deslumbrar y hacer cautiva toda mirada, y de cerrar aquellos ojos que no
le interesaban. Los insectos atrapados entre el cristal y la cortina
enloquecieron, y comenaron a golpearse absurdamente, en un vano intento
de escapar. Inútil propósito, sólo cabe esperar.
Sin
embargo, esas criaturas carecen de la noción del tiempo, sólo existe el
ahora, y esa misma urgencia que tantas veces les salvó la vida es en
ese repetido instante su perdición.
Es cuestión de
tiempo. Así que recostado en la cama, disfruto con curiosidad de la
debacle colectiva ante el cristal, y cuando deja de interesarme, cierro
los ojos. La luz potente traspasa mis párpados, como si quiera llevarme
también a la trampa. Sin embargo, el sol de invierno tiene una
incidencia oblícua, y pronto cede su esplendor a la tranquilidad del
ocaso. El cielo se torna en un mosaico de mil tonos de rojo diferente,
cada vez más difuminados en un azul oscuro, preámbulo de la noche, y las
estrellas.
El brillo decrece, no queda rastro de
los bichos que pugnaban por huir de la nada, y el frío rodea con un vaho
venenoso todo el contorno de la ventana. Se prepara un nuevo baño de
luz. Luz de estaño y plata esta vez, también intenso, pero de un
carácter opuesto al anterior. La luna llena, completa, no necesita
anunciar su llegada. Su mera presencia, cautivadora, sutil y elegante,
evita toda efusión innecesaria. Hoy se dibuja plena, igual que otros días
ni se molesta en mostrarse, pero nunca oculta nada, ni nada muestra.
Allí está, brillante, fría, indiferente, atractiva. También tendrá su tiempo, pero a diferencia de su abrasador opuesto, su huella quedará marcada por dentro. Donde nadie salvo aquel que la porta sabe que queda.
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