sábado, 10 de enero de 2015

El sol y la ventana

Entró con apariencia distraída, por la ventana. Como sin querer, mostrando su silueta milímetro a milímetro, ese disco gigante y caliente, que todo lo ciega. Trataba de parecer pequeño, sin poder ocultar su inmensidad desmusarada de cuerpo celeste. Se hizo omnipresente, por unos instantes amenazó con una eternidad luminosa inacabable e intensa. No se preocupaba por borrar nada, seguro de deslumbrar y hacer cautiva toda mirada, y de cerrar aquellos ojos que no le interesaban. Los insectos atrapados entre el cristal y la cortina enloquecieron, y comenaron a golpearse absurdamente, en un vano intento de escapar. Inútil propósito, sólo cabe esperar.

Sin embargo, esas criaturas carecen de la noción del tiempo, sólo existe el ahora, y esa misma urgencia que tantas veces les salvó la vida es en ese repetido instante su perdición.

Es cuestión de tiempo. Así que recostado en la cama, disfruto con curiosidad de la debacle colectiva ante el cristal, y cuando deja de interesarme, cierro los ojos. La luz potente traspasa mis párpados, como si quiera llevarme también a la trampa. Sin embargo, el sol de invierno tiene una incidencia oblícua, y pronto cede su esplendor a la tranquilidad del ocaso. El cielo se torna en un mosaico de mil tonos de rojo diferente, cada vez más difuminados en un azul oscuro, preámbulo de la noche, y las estrellas.

El brillo decrece, no queda rastro de los bichos que pugnaban por huir de la nada, y el frío rodea con un vaho venenoso todo el contorno de la ventana. Se prepara un nuevo baño de luz. Luz de estaño y plata esta vez, también intenso, pero de un carácter opuesto al anterior. La luna llena, completa, no necesita anunciar su llegada. Su mera presencia, cautivadora, sutil y elegante, evita toda efusión innecesaria. Hoy se dibuja plena, igual que otros días ni se molesta en mostrarse, pero nunca oculta nada, ni nada muestra.

Allí está, brillante, fría, indiferente, atractiva. También tendrá su tiempo, pero a diferencia de su abrasador opuesto, su huella quedará marcada por dentro. Donde nadie salvo aquel que la porta sabe que queda.

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