Sentado, de perfil, en un escorzo de soslayo y vista cansada, con
más pesar que temor, anticipo el reflejo que de algún modo ya sé cual
es, sin necesidad de mirar.
Los trazos delineados. La imagen también. Gruesa, viciada y carente
de atractivo. Sin rastro de la vibrante claridad que permite soportar
sin mancha la amoralidad perversa. Una máscara grotesca que ya no
transmite limpieza, la necesaria limpieza que se requiere para que el ánimo retorcido no deje salir el hedor de un espíritu corrompido.
El reflejo de la propia traición rezuma por los pliegues viscosos, carentes ya incluso de dignidad.
La pose permanece aún , por mera inercia. Pero el halo es
inequívoco. Una simple mirada basta. Y es suficiente. Ya sí, es
suficiente. Demoledoramente suficiente. A partir de ahora, todo son líneas rojas, sin final.
El espejo, siempre el espejo. Quiza por última vez.
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