martes, 23 de agosto de 2011

Un viaje apacible

Cuando llegué no pude evitar torcer el gesto. Me tocó un asiento de 4, encima todos ocupados, por el tipo de especímenes que suelen dar la lata en un viaje, a saber; enfrente una parejita de veinteañeros cada uno con un móvil en la mano, un friki de los que no se lavan portatil en las rodilla, y una chica de aspecto normal, y generoso y atractivo escote, pero que era la que ocupaba mi asiento y por lo tanto sería la que tendría que irse. El tren lleno, hasta la barra de la cafetería estaba repleta, con lo cual no cabe la posibilidad de ocupar otro sitio. Así que les anuncio que uno de ellos está ubicado en una plaza equivocada. Tras decir todos que no, para mi sorpresa, la chica dice que tiene la plaza de la ventana, y es el friki el que está donde no debe. El friki resulta ser además un capullo, y empieza a decir que los que no sabiamos donde estabamos eramos el resto. Le atravesé con la mirada y le dije lenta y pausadamente, remarcando cada palabra, que ese no era su coche, sin añadir nada más; con gesto de suficiencia saca su billete, comprueba que se confundió de coche y ante mi mirada aún fija y seca, se levantó como un resorte y se fue, dejando una estela que denotaba su falta de higiene.

Ocupé mi asiento, y tras arrancar el tren y esperar a que pasara el aluvión de llamadas telefónicas estúpidas que se produce en esos momentos, se hizo una relativa calma en el vagón y pude echar una cabezada. La parejita parecía decantarse por el envío de mensajes más que por hablar, y la chica leía un libro.

Acabado el sueño, me puse a leer un poco y escuchar algo de música. Llevaba cargados varios libros, diarios y revistas, y entre ellos, varios números de Cuadernos de BDSM. Opté por estos últimos, especialmente por uno que trata de cuerdas, y otro que recopila las experiencias inciáticas de varias personas. Llevaba un rato leyendo, cuando me pareció notar que el roce con el brazo de mi compañera de asiento distaba de ser ocasional y momentaneo, como suele ocurrir habitualmente. Así que volví la vista hacia ella, y ví que estaba mirando de soslayo, pero con interés, la foto de una mujer atada que en ese momento tenía en la pantalla. Levante los ojos hacia su cara, e instantáneamente, bajó la mirada. Pude notar su turbación, así como el color que tomaron sus mejillas, y el leve temblor de su brazo contra el mío.

El roce fue en aumento, durante todo el trayecto, mientras la sentía empequecerse a mi lado. A veces, fijaba la atención en su libro, y se pasaba largos minutos en la misma página, con la mirada clavada sobre el papel, esperando algo......

Llegabamos al final a mi destino; ella continuaba. Al levantarme la vi allí, de nuevo, enroscada sobre si misma, echa un ovillo. Antes, en un último giro, sentí como avidamente miraba la pantalla en la cual le escribi mi dirección de correo.

No se si se atreverá a usarla. Pero si lo hace, sera bien recibida. Aunque con seguridad, no olvidará el viaje.

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