lunes, 24 de marzo de 2014

El día del juicio

Ayer tuve una tarde-noche graciosa. En un breve intervalo de tiempo, dos individuos que no me conocían de nada tardaron breves segundos, apenas tras el intercambio de ocho o diez frases, en lanzarse a juzgarme a mi  por  alguno de mis actos. No se por extraño misterio ambas señoritas decidieron casi al unísono que podían permitirse hacerlo. El fundamento de una de ellas era una generalización típica, del tipo "si es que todos buscaís....". Así, de golpe, supo que busco, el qué busco y por qué. Asombroso. Supuse en mi fuero interno que lo único que de verdad estaba haciendo era dar rienda suelta a las marcas derivadas de su propia experiencia, y que me usaba como reflejo de ella. Me llamó la atención porque se acercó a mi a causa de una foto explícita con una escena de humillación femenina en un foro donde no es muy común tanta claridad. Aunque también es cierto que en ese lugar abundan los espíritus inconsistentes y aburridos.

La otra juez, sin embargo, tenía otras fuentes para argumentar y dictar sentencia. En esta ocasión, se basaba en conocer a una persona con la que mantuve relación y directamente elucubrar (espero que fueran sólo elucubraciones, naturalmente) sobre mi capacidad y comportamiento hacia esa persona. Eso sí, actos censurables sólo en un sentido,  sin pararse a considerar que lo que estaba juzgando se compone de tráfico en ambas direcciones. Cuando le indiqué que ese terreno no era asunto suyo, muy cortesmente me invitó a despedirme. Lástima que toda esa consideración brillase por su ausencia al abordar algo que no le correspondía en modo alguno.

Así que así andamos, con cualquiera juzgando a cualquiera sin fundamento ni base. Sólo a base de tripas.

Leo en un periódico una entrevista hecha a Adolfo Suarez en el año 80 y que no se llegó a publicar entonces porque sus asesores la encontraban inconveniente por demasiado sincera. Uno de sus párrafos dice así:

"“En España está ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro… casi nunca pasan por la reflexión previa”, lamentaba. “Pero es un hecho que está ahí; que sucede. Y luchar contra ello es muy difícil… Yo he intentado combatirlo muchas veces… ¡Y así me va!"

Lo suscribo en cada una de sus letras. Y al que no le guste, ya sabe lo que tiene que hacer.

PD: Por supuesto, esta entrada trata de esos juicios gratuitos que se emiten con inusitado desahogo. No se debe confundir con una justificación o falta de ella de mis actos. Simplemente, del mismo modo que no juzgo, no admito que me juzguen. Eso no quita para que cada cual tenga su juicio. Que son dos cosas diferentes, naturalmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario