miércoles, 14 de septiembre de 2016

Un perfil delicioso

El aspecto de perfil era magnífico. Las manos sujetas a la cadena que ciñe su vientre en un sentido y su sexo en otro, inclinado el torso sobre la mesa sin permitirle que lo apoye, rozándolo apenas con el sensible y violáceo pecho, del cual periódicamente unas manos golosas extraen blancas gotas de dulzura viscosa entre espasmos de satisfecho dolor que aumenta la presión que el cordón de color nazareno ejerce sobre su base en un abrazo de firme y plena penitencia.

Sí, es un perfil magnífico. Además, poco a poco va perdiendo la energía que le hace mantener la posición y los pezones rozan ya la mesa, preludio que le llevará a descansar completamente sobre ella, cambiando el dolor desde los abdominales y la tensión de la espalda hasta las dos masas atrapadas que servirán de punto de apoyo no deseado pero imposible de rechazar. Mientras eso ocurre, ora un mosaico de gotas negras y rojas van tapizando su espalda, ora unos azotes tratan de llevar el mismo tono que adorna la piel del pecho a las nalgas, lo que provoca que el tronco siga bajando, y aterrice a veces, sacando los suspiros que tan gustoso suplicio provoca.

Además, no para de hablar. Nadie le pregunta, pero responde. Quizá una clase de cálculo elemental sea el remedio para que sólo se llegue a oír el único sonido que se espera de tan delicioso cuadro. Un elemento casi invisible, a modo de liga perversa, está fijo en uno de los muslos es la herramienta elegida. En otras manos, un pequeño mando con varios botones numerados sirve de palanca para el toque final. Pulsa el número uno y se corta de inmediato la incontinencia verbal por unos instantes, a la vez que pega un respingo y cae pesadamente sobre la mesa, con una expresión de derrota. Una súplica sincera sale de los labios, como una oraión. Pero no se calla, y llegan más toques a otros números que provocan una reacción más intensa cuan mayor es la cifra. Dos, dos, uno, dos, e incluso un tres, traen un murmullo implorante mientras el dolor le impide ya levantarse. Se ha desplomado sobre la mesa, aplastando el pecho ya sin poder evitarlo, de tal modo que siente que todo su cuerpo está siendo torturado sin que parezca haber final.

Lo hay, claro, sólo ha de callarse. Y tras practicar unas cuantas sumas con esa calculadora infernal, consigue hacerlo. No hizo falta llegar al cinco. Y no, no habría habido rima, precisamente. Sigue teniendo un perfil precioso. Del pelo cuelga el cordón de cuero que ha servido para estimular la producción de esas pequeñas gotas blancas que salen de sus pezones y que va a hacer que durante los próximos días sienta que la talla de sus sostenes se ha reducido drásticamente.

Eso sí, el perfil no dejo de ser delicioso en ningún instante.

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