viernes, 7 de octubre de 2016

Con alma

Sí, fui demasiado explícito para lo que acostumbro, y no dejé ver casi nada de lo que fluye cuando recuerdo uno de esos momentos especiales. Lo sé. Y lo notó enseguida.

No podía ser de otra forma, pues durante esa tarde maravillosa estaban ambos allí, y vieron lo que no quise dejar ver.

Nunca hasta ahora me había impuesto una censura similar. O mejor dicho, me había escondido detrás de los detalles concretos. Nunca había dejado de lado el aroma del ambiente, la suavidad de la piel, la excitación tranquila del deseo oscuro, la tensión de mil ideas pugnando por tomar de un trago toda esa voluptuosidad incitante, la complicidad a tres sin solución de continuidad, la calma ardiente, la fingida inocencia del gesto que contiene y sujeta la sensualidad desbordante, la disposición fría de la perversión creciente.

Y así, en cada vuelta de la cuerda, en cada gota de cera, en cada azote preciso, en cada descarga suplicada, en cada gota blanca manando del pecho lleno había un retazo de todo aquello, como un beso infinito partido en mil pedazos que se recompone suspiro a suspiro, hasta que se hace el silencio.

Sí, me escondí en un relato sin alma. Y es algo que no se puede tolerar ¿verdad?

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