jueves, 13 de octubre de 2016

El brillo del lado oscuro

No recuerdo bien que fue lo que vi. Pues muestra muchas cosas, y casi todas me gustan. Aunque ver un perfil, una página o unos escritos y que me guste casi todo no es tampoco tan excepcional. Hay tantos entornos diseñados exclusivamente para gustar y hacer saber lo estupendo que es quien lo ha creado, sin nada más detrás. Así que hubo algo que me obligó a mirar más despacio, a saber por qué todos los elementos atractivos y dispersos comenzaron a formar parte de un todo que en cada visita se hacía más y más difícil de ignorar.

El lugar se cerraba en pasado, como el testamento de una vivencia increible que su autor veía imposible volver a experimentar, siquiera de modo parecido. Desgranando aquellas líneas, por encima de lo explícito (llega a ser muy, muy explícito, casi gráfico) reconocí ese aroma. El aroma del carácter y condición que me hacen ser lo que muy pocas personas conocen y menos aún han disfrutado junto a mí. El perfume que me provoca la mirada fría, la presencia amplia, el ánimo posesivo, el deseo perverso y el sabor del poder desatándose lentamente. La certeza absoluta de saber que está hecha para mí, para que la tome y la posea.

Pocas veces, muy pocas, siento esa sensación tan plena. Quiero comenzar a tomarla. No me supone esfuerzo alguno, ni he de planificar ni preparar nada, pues cada paso, cada frase, cada observación fluye de mi interior de un modo natural. Como si hubiera nacido para ese momento, como si ella existiera para ser creada de nuevo en mis manos. Enseguida noto que lo nota. Y noto las dudas, los recelos y el temor ante algo que intuye diferente, grande, ilimitado. El miedo ante un destino que sabe inevitable en manos de otro. Y la excitación que a la vez todo ello le trae, el peso en su vientre, la calma que desaparece y sólo vuelve cuando asume por unos instantes que será lo quiera hacer de ella. La lucha interna, el peso de la razón frente al deseo, el placer frente a lo sensato, la seguridad de lo plano frente al vértigo de los extremos, la quietud cotidiana frente a la fascinación de los momentos que vuelve a imaginar.

Y a pesar de todos los incovenientes, de todas las circustancias que no favorecen, de la locura que le parece volver a dejarse por completo a la disposición del otro, cada vez que piensa en ello la sonrisa ilumina su rostro.

El brillo del lado oscuro que vuelve a traer la luz de nuevo el fondo de su mirada. Y a todo su ser.

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