jueves, 7 de mayo de 2020

La Dómina, los pezones y la mano.

Es una mujer muy especial. Le encantaba morderme los pezones. Tanto, que consiguió que lo disfrutara yo también. Gozábamos de una complicidad única, difícil de describir. Quizá fue la primera vez que me encontré con un alter ego tan profundamente parecido en tantos aspectos. Se nos ocurrían las maldades al unísono, y nunca uno cuestionó al otro.

Ella, Dómina ampliamente conocida y deseada, gozaba de presentarme como Su Amo. Era divertidísimo ver las caras que ponían aquellos que recibían "la noticia". Sobre todo, la de aquellos dominantes que luego ella me contaba que, en petit comité, le confesaban que "serían capaces de convertirse en sumisos" para poder disfrutar de sus atenciones. Naturalmente, yo apostillaba sus palabras agarrándola del culo o los pezones, y los ojos se salían de las órbitas.

Una noche, salimos a cenar. Fuimos a un lugar nuevo, de moda, en el centro de Madrid. Uno de esos sitios que el año de la inaguración disfruta de una afluencia suficiente para completar 10 aforos, y al año siguiente ya están cerrados. Nos lo pasamos bien, mirando y sobre todo, siendo vistos. Bueno, vista, ella, pues a su belleza sin igual, une un cuerpo de escándalo que disfruta mostrando. En la mesa de al lado, había dos mujeres que no dejaban de mirar. Formaban parte de un grupo joven, y si yo tengo 10 años más que mi acompañante, a las de ese grupo les llevaba tranquilamente el doble. No necesitó decirme nada, simplemente asentí, se levantó y se dirigió a la mesa de al lado. Paladeé la escena divertido sin cambiar el gesto serio. Pude ver que las risas de las muchachas cesaron de repente, al tiempo que un gesto de sorpresa se dibujó en su cara y todo su lenguaje corporal cambió.
 Yo recibía miradas furtivas mientras les hablaba, así que no me costó imaginar lo que les estaba proponiendo. Me costó horrores no soltar una sonora carcajada.

Volvió a la mesa, divertida, interrogándome con la mirada. "No se van a atrever. Y eso que la de las tetas grandes no puede disimular lo mucho que le apetece", le dije. Se rió, de buena gana, asintiendo, y tras apurar nuestros vasos, ella de pie, incitando a las dos chicas que ya no reían ni poseían descaro alguno pero no dejaban de mirar de reojo, me tendió la mano, la tomé, la llevo a su culo y nos encaminanos hacia la puerta. Cuando pasábamos a su lado, se volvió y les dijo: "No tardéis".

No nos quedamos a ver si salían, y nos fuimos a su casa. Casa perfectamente equipada para las perversidades que ibamos cruzando con la mirada sin necesidad de decir palabra alguna. Por el camino, no dejaba de pasar lo dedos por mis pezones, sin hablar y diciéndolo todo a la vez. Por mi parte, cuando podía soltaba una mano del volante y hacía lo propio con los suyos.

Dos horas despues estábamos en el suelo, casi exhaustos, yo sentado y apoyada la espalda contra la pared y sus dientes incrustados en su objeto de deseo. Mis dedos jugueteaban con su coño, cálido, mojado, abierto. Entraban y salían sin orden ni concierto, de una manera un tanto abandonada y persistente a la vez, penetrando más y más, tanto en número como en profundidad. Entre mordisco y mordisco, me susurró: "Deja que me tumbe de espaldas". Lo hizo, abrió sus piernas y agarrándome de la muñeca condujo la mano entre sus muslos, al tiempo que me preguntaba "Lo has hecho antes, ¿verdad? ". Asentí y me coloqué entre sus piernas. Estaba empapada, y antes de que pudiera decir nada, leyéndome la mente, me dijo: "Sí, no va a hacer falta lubricante, es más que suficiente".

La encontré ya bastante abierta, entraban dos, tres, incluso cuatro dedos con facilidad, pero me lo tomé con mucha calma. No había prisa, no teníamos ninguna prisa, nunca teníamos prisa. Siempre hallábamos el ritmo adecuado, de manera que parecía desaparecer el tiempo. Ahora era yo el que además jugaba con sus pezones de vez en cuando, a la vez que iba dilatando poco a poco la entrada para que pudiera acoger sin problemas la anchura, mayor que la media, de mi mano.

Una vez pasaron los nudillos, al contrario de lo que suele ser la norma, no tardó en entrar. Desde luego, nunca dejó, ni dejará de sorprenderme, su capacidad infinita. Más que introducir la mano en su sexo, pareció que era ese sexo cálido, eterno y voraz quien se tragó la mano. Y una vez dentro, me miró, y tirando de uno de mis pezones, dijo simplemente: "Acércate".

Y mientras me mordía de nuevo, la presión rírmica sobre mi mano dibujó el increible momento que estaba disfrutando. Por lo que se ve, pese a estar casi agotados, volvíamos de nuevo a comenzar.

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