martes, 22 de septiembre de 2020

El té, la sonrisa y el zumbido de una súplica.

 

Cortando el aire. Me recibió deliciosamente encantadora, preparada al detalle para gustarme, con el despliegue impecable en el que vuelca su extraordinaria capacidad escénica plena de irreprochable estilo . Siempre con sus guiños a los clásicos, fuente también de su inspiración.

Cortando ya el aire, con intención y una sonrisa amplia, desbordante, que se desparrama por la estancia, pues toda ella sonríe. Sonríe en cada ademán, en cada gesto, por cada mirada y en todos los poros de su piel. Sonríe inevitablemente mientras se acomoda en el suelo, con urgencia oculta tras la calma impostada, con humedad perlada desafiando a la gravedad entre el roce de sus muslos, y, naturalmente, me gusta. Me gusta y sonrío también.

Cortando el aire, el sonido del agua hirviendo la lleva al mostrador, y mientras prepara la infusión puedos disfrutar de la celosía viscosa formada en el triángulo del arco que la sostiene a pesar del temblor de su impaciencia. Arco que despliega sus curvas lascivamente sin dejar de atender al mandato que la ocupa, sonriente.

Cortando el aire, me ofrece la bebida sostenida sobre sus rodillas, sin dejar de mirar al porta planos artesanal que ha preparado para transportar el encargo al cual dio forma y vida a mano, lenta y minuciosamente, con el deleite que provoca el lento y prolongado placer paladeado delicada y pasionalmente. Llegado el momento, toma en sus manos el recipiente y extrae cuidadosamente su contenido. Casi con religiosa dedicación, da forma a una gavilla de largas y oscuras varas, astifinas y flexibles, en el punto adecuado de humedad que las hace resistentes sin estar verdes. Forman en su ofrenda una extensión del monte donde crece el castaño del que proceden y ahora, lejos de allí, acompañan la súplica de su portadora con un sonido silbante que parece decirme mientras apuro con una sonrisa el último sorbo del té:

"Se lo suplico, úsenos."

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