lunes, 28 de noviembre de 2022

La fuente infinita

Me gusta recibirla a esa hora de la tarde. Viene siempre llena, plena, oscilante. El tacto siempre suave, la sonrisa de zorra y el ánimo dispuesto. Como de costumbre, le palpita y chorrea el coño, y los nervios la vuelven una charlatana insufrible.

Podría decir que es todo sensualidad, pero no, de eso no hay. Es lujuria pura. Una puta insaciable y desvergonzada a su pesar, puta que no puede evitar serlo.

Está desnuda, casi completamente, excepto por la medias que me gusta que lleve. Se acerca, trata de frotarse (está tan perra) pero aguanta obediente y temblorosa mientras el desbordante pecho se bambolea a cada paso. Se nota en la forma que hace horas que no la han ordeñado. Una imagen casi brutal, que transmite en el movimiento la redondez tirante, esa oscilación tan particular, densa, pausada, con una cadencia especial que solo posee cuando está llena de leche. Llena hasta marcar las aureolas en un relieve abultado, base para los pezones inmensos, largos, gordos, según corresponde a su función en esa situación. Tan llena que basta con presionar levemente para que manen las gotas y resbalen hacia abajo, dibujando la curva propia de la vaca lechera que es.

Ya está bajo la viga con las argollas, y le hago detenerse allí. Los nervios siguen matando el silencio, y para evitar que anticipe nada, con un antifaz le privo de la vista. La amenaza de una pinza en la lengua o algo más incisivo aún consigue hacer que cese el parloteo. Las manos atadas a la espalda hacen el resto.

Silencio y esas tetazas llenas. Las acaricio, masajeo, aprieto, retuerzo, azoto, succiono, y disfruto de ver manar el blanco, bien en forma de perlas, bien en potentes chorros que riegan el suelo de la estancia. Tras cada ordeño, queda una gota orlando los pezones rojos y cada vez más disparados, y parece que no hay fondo en ese manantial obsceno. Pero lo hay, desde luego, así que antes de que empiecen a perder turgencia, tomo sendas cuerdas y las ato fuerte por la base. Cada vuelta de la cuerda provoca la salida de nuevas gotas, que ya van dejando un charco en el suelo. Una vez fírmemente atadas, han quedado levantadas, lo cual considerando el peso parece algo milagroso. Aunque hay margen para más. Paso los cabos de las cuerdas por las argollas del techo, lo cual hacen que se levante un poco más. Tirando lo suficiente, mana la leche, así que las ajusto al punto en el cual un leve tirón provoque que gotee sin remedio.

Está lista la fuente. Basta un leve movimiento para que mane, y si es lo suficientemente amplio, para que incluso salga un chorro, como un aspersor. Un flogger, un vibrador y una barra separadora para las piernas hace el resto. Piernas que también han recogido líquido entre los muslos, aunque este es transparente y viscoso. Cada azote, provoca que la fuente en la que se ha convertido mi vaca lechera se ponga en funcionamiento. Cada toque con el vibrador, y el espasmo que provoca, también. La propia tensión que hace que no pueda mantener la postura que relaje la presión sobre las tetas hace el resto, y acaba llegando al climax mientras de los pezones ya inmensos brota un riego que parece no tener fin.

Me encanta mi puta vaca lechera, sí.

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