sábado, 19 de agosto de 2023

La sala de espera

Una citación inesperada me llevó allí, ejerciendo de acompañante. Temprano, de mañana de agosto, los que estábamos sentados respondíamos al patrón de los que ocupan turnos que nadie reclama en un Madrid desierto. Dentro de tres semanas, la masa se pegará por ese espacio, pero hoy casi lo disfrutamos en reposo, sin prisas ni masificación.

Poco podía imaginar lo que me iba a encontrar. Sin esperarlo, me vi ante varias personas que conformaban el arquetipo corriente de aquella con la que en breve iba a tener un encuentro inconfesable. Y ocurrió. Se cruzó la mirada del yo cotidiano con la de la mente del pervertido. Ambas naturales en mí, pero en ese momento, una de ellas absolutamente fuera de contexto. Y esa segunda, perdió. No tuvo oportunidad, ni la más leve, siquiera de pactar un arreglo de conveniencia. Quedó desterrada, sin espacio ni lugar. Y me hizo sentir mal, sobre todo por la sensación que me invadió de estar retorciendo mis dos realidades. No la corriente, que hace tiempo que está inmunizada, sino la perversa e inconfesable, la cual había tomado sin ser consciente de ello una deriva que no se corresponde ni con mi capacidad ni con mi deseo.

El más y más no es un valor en sí mismo, siempre lo he sabido. Pero hasta ese momento de reflexión en la sala de espera no me había dado cuenta de que éste me había llevado más lejos de dónde soy capaz de ir y asimilar. Afortunadamente, una cita inesperada me ofreció el momento de verlo con mis propios ojos en un contexto neutro. Y pude evitar cometer un error de los que dejan huella indeleble. Y en este caso, habría sido indeseada.

No hay mal que por bien no venga, es verdad.

 

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