lunes, 15 de marzo de 2010

La Cuerda

Sonaba fatal. Puede que hiciera meses que nadie la tocaba. Y claro, así estaban todas. Sin tensión, completamente fuera de tono. Aún asi, disfrutaba con ella. Decidí esperar a que terminara, tampoco había prisa. 20 minutos de más o de menos no iban ya a ninguna parte.

Por fin se cansó, y la dejó a un lado. Así que la recogí puse manos a la obra. El piano estaba recién afinado, por lo que tenía un buen patrón. Empecé con la primera cuerda. Despacio, con calma, fui aproximándome al tono. Ya me costó acercarme, pero finalmente quedo a la altura justa. Pasé a la segunda. De nuevo, parecía que iba a llegar al límite antes de obtener la afinación exacta. Incluso lo sentía. Y empecé a decirme que medio tono arriba o abajo no era importante. Pero ya tenía la primera cuerda correctamente afinada, y tampoco me apecía volver a tocarla. Aunque quizá debiera hacerlo. Finalmente, quedo asimismo a una cuarta de la primera. En su sitio. Y proseguí. La tercera cuerda no era tan flexible. Supe de inmediato que no llegaría al tono exacto, mas no paré. Faltaría menos de medio tono, y me engañé, me dije que iba a llegar. E insistí. Casi ya estaba, un leve toque, y.....

y se rompió. No maldecí, en contra de lo que suele ser habitual en mi estos casos. No era un problema de la tensión que pudiera aguantar la cuerda. El error estuvo en mi apreciación. En saber que era lo importante en ese momento. Y que la guitarra estuviera medio tono arriba o abajo, para el uso que iba a tener, no era en absoluto relevante. Y el que yo supiera que asi era, si lo era. Pero decidí seguir, en contra de lo lógico, y en contra de mi intuición. Y claro, ahora, no hay guitarra. Menos mal que la cuerda se puede sustituir. Aunque es una guitarra un poco especial, y me costará algo de trabajo.

Y sin embargo, no pude dejar de pensar en esas cuerdas que no tienen recambio

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