jueves, 14 de junio de 2012

Días de fiesta

Un día como éste, hace ya muchos años, la tarde invita al esparcimiento. Tras la rueda efusiva de besos y abrazos de la llegada, ritual inmemorial que aún hoy se repite en cada visita, me fui con el primero que bajó hacia el pueblo. Me dejó a la entrada de la calle donde estaba (esa ya no está) nuestra peña. Había alguien recostado sobre el quicio de la puerta, sonriendo con cara de "ya era hora de que vinieras"

"¿Cuando has llegado?"

"Hace nada, me acaban de bajar"

"Ahh, ya, y ¿ya la has visto?"

"Joder, si acabo de llegar"

"Pues acabarás de llegar, pero ya sabe que estás aquí"

No me sorprendió, en ese pueblo no se cómo, las cosas se saben enseguida.

Mi amigo giró la cabeza un lado, y al fijarme la vi apararecer, doblando la esquina. El pelo rubio, largo, el traje con la banda que proclamaba que era la más guapa, como si hiciera falta decirlo, el paso seguro y la sonrisa en la boca, con un mohín de falso enfado; comenzó a hablar mientras seguía acercándose.

"Vaya, si estás aquí....¿cuando has venido?"

"Hace un rato, se lo estaba diciendo a éste"

"Bueno....un beso, ¿no?"

Iba a contestar con un "claro" y a poner la mejilla cuando note sus brazos rodeándome, su cara acercándose y una boca dulce, fresca, se apretó contra la mía, mientras una carga de voluptuosa carnalidad me invadía.  Fue un beso largo, denso, intenso....Creo que dejé de respirar, o al menos así me lo pareció, mientras los segundos eran eternos. Se separó de mi (yo realmente no hice nada, me dejé hacer, gozoso y sorprendido; nunca nadie me había besado de aquel modo) mientras ella me decía que debía volver a la plaza, que estarían buscándola no se para qué.

No recuerdo si acerté a contestar. Allí me quedé, recostado yo también en el quicio de esa puerta, viendo como desaparecía por donde poco antes había venido, con mi amigo aún clavado en el lugar donde estaba cuando llegué. Mientras me daban aquel beso único, llegué a abrir un ojo y pude ver la cara de alucinado que ponía. Que no debía ser muy distinta de la mía.

Pasados unos momentos, acertó a casi susurrar

"Jo, tío, ¡qué besazo!"

No se lo que dije, o dejé de decir. Ambos, medio niños aún, nos miramos, sonrió al ver mi cara, me tomó de hombro y entramos en aquel local con olor a limonada, emoción, álamo y casi verano. Era el día de la víspera, y sin saberlo entonces, también comenzó a determinar el marasmo de principios y finales que con aquella edad bullía dentro en mi.

1 comentario:

  1. Qué bonito guardar esas cosas en la memoria y revivirlas.

    Te mando un besazo.

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