miércoles, 22 de febrero de 2017

Cambio

Me siento cambiar.

Más que eso. Me veo cambiar.

El reflejo del espejo, el color de la piel, incluso el sonido de mi voz y el eco de mis pensamientos cambian. El velo gris  que noto en la mirada parece más denso, de un modo físico, palpable, y sin embargo no me oculta ni me protege.

Lo veo, y aunque parece inevitable, no lo es. No en ese modo. O no quiero que lo sea.

Es curioso, mis pulsiones están cada vez más desnudas, son más verdad, y dejan ver aquella parte impenetrable del individuo frío y metódico; la eterna demanda de quienes han compartido el impulso es, ahora que no mira nadie, un hecho.

Quizá he matado cierto misterio, no sé. El atractivo de lo obsceno no es suficiente si no está envuelto en un velo que lo hace tenebroso, incierto, aunque en el fondo se sepa exactamente lo que hay detrás.

Puede que haya perdido el estímulo que me impulsaba de un modo más amplio y como respuesta sea más concreto. También siento que los minutos que quedan no he de malgastarlos en artificios vacuos.

Hay una desconexión indudable. Y lo peor es que, salvo en los instantes de pulsión intensa, ya no me apetece revertirlo. Creo que solo ante otro ser cambiante sentiré de nuevo ese estímulo.

Para mí, definitivamente, es tarde. Al menos hasta que acabe de cambiar.

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