viernes, 22 de septiembre de 2017

Una hembra como Dios manda


De las que da gusto doble poseer. En estos tiempos de exaltación de lo melifluo, donde los roles se intercambian y el género se difumina a conveniencia de la mediocridad y los complejos, la mera visión de semejante orgullo de la naturaleza es ya una recompensa de por sí. Si se añade el indudable buen gusto, el estilo natural que emana de su ser sin necesidad de aprender o copiar, la esmerada educación que luce orgullosa sin ser altiva y la mirada franca y decidida que transmite la conciencia de conocer y asumir cada faceta de su personalidad sin caer en la inseguridad o la arrogancia, el cuadro arroja un aroma a perfección renacentista absolutamente inimitable.

Todo eso me transmite en cada gesto. Pausada, serena, segura. Observando a la espera de un indicio que le muestre un destello que capte su atención irremediablemente.

Pues aunque jamás lo hará explícito, le busca desesperadamente. Busca el catalizador que prenda su espíritu sin que nadie se de cuenta.

Está segura de que lo encontrará. Tan segura como lo está de si misma.

Y por eso sabe que vendrá. Irremediablemente, sí.

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