domingo, 16 de septiembre de 2018

El reflejo

Una luz tenue bañaba la estancia. La claridad predomina en un nuevo escenario, provocando una atmósfera más amable, o menos opresiva que en el oscuro lugar de las citas anteriores. Sin premeditación, el espacio es más adecuado, pues el miedo a ver (a verse, a saberse confirmando con la mirada) de los primeros encuentros se ha suavizado bastante.

El ambiente predispone a la confidencia y por extensión a la confianza y también a cierto descaro. No es lo mismo imaginar que ver, como tampoco lo es suponer a experimentar. Siempre observada, el sentir la mirada atenta sobre ella le provoca una desasosegante sensación de falta de intimidad, que le hace saber que el menor y más privado de sus gestos ya no le pertecenece, sin que pueda (ni desee) hacer nada por evitarlo. La incomodidad se mezcla con la excitación, en una más del aparentemente infinito catálogo de paradojas que lleva todo este tiempo descubriendo.

Sin prisa, acaba por verse inmovilizada y expuesta, con dolorosos aditamentos que sin embargo no hacen si no aumentar su excitación. Una vez más, indefensa y ofrecida, aunque si le hubiera mandado que mantuviese la posición sin ayuda de cuerdas o cadenas, lo habría hecho, sin dudar.

El sonido de las tiras de cuero silbando en el aire la sacan de su ensoñación, y cumple sin duda alguna la indicación de avanzar impúdicamente sus caderas.

El golpe restalla seco y conciso entre sus piernas. Se escapa un lamento a la vez que recoge el vientre hacia atrás durante un breve instante. Se cruzan las miradas, y la suya pide más. Ella no es consciente, solo piensa en el intenso placer que las tiras han arrancado de su sexo con la firme violencia del golpe. Placer intenso, sí, inimaginado hace solo dos semanas y ahora fuente de su oscuro deseo. Placer intenso ante la dureza flexible dibujada en su vientre, reflejado en la mirada ardiente que pide más. Suplica más. Y sin que sea necesario decirle nada, adelanta las caderas de nuevo y separa los muslos aún más si cabe, quedando practicamente colgada de las cadenas que bajan del techo.

El reflejo de la mirada también ha aprendido a pedir.

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