El poder de la sumisa, el poder del dominante. El poder.
Es un tema recurrente, y que pese a su mucha difusión, creo que jamás
lo he visto tratado objetivamente de un modo absoluto. Las relaciones
de poder suelen tener una mecánica muy simple, acompañada de multitud de
matices que lo hacen complejo. La simplicidad surge en el instante que
los actores involucrados reconocen y acatan su lugar en los diferentes
escenarios que se dan como resultado de una lucha de poder. En ese
momento, se establece un status claro y compartido (no diría
consensuado, cuando uno pierde su poder, no suele hacerlo de un modo
voluntario....o absolutamente voluntario. El consenso se establece para
limitar las consecuencias y el ámbito del espacio de esa lucha, pero no
los efectos sobre la relación de autoridad. Hablando de lucha, no de
cesión)
Cuando una de las partes obtiene el poder, la otra queda subordinada.
Es así de sencillo. Otra cosa es que perdure en el tiempo, o se sepa
conducir de modo que no pierda fuerza. En una lucha de poder, uno vence y
otro es derrotado. En todos los ámbitos. Se habla de victorias
amargas y de derrotas dulces, pero son casos extraordinarios. La derrota
duele, la victoria enardece. Sin embargo, las relaciones D/s son unos
de esos casos extraordinarios. Tienen la particularidad de que si el
reparto de poder coincide con la teórica de los roles, ambos alzanzan
satisfacción, y obtienen el lugar que les da placer. Pero,
indudablemente, la lucha y sus consecuencias, existen.
Se habla de la cesión de poder, pero eso no deja de ser un acuerdo
temporal, sin las consecuencias de la lucha. Otra cosa es que ese
aspecto deje satisfechos al cesionario y cedente, pero están "obligados"
en la medida que se mantenga el pacto. No hay contienda, es un simple
intercambio. Y no digo que no sea bueno, malo o neutro. Es un modo de
relación en la cual cada uno conserva intacto su poder. Pero no es este
el objeto de la exposición (aunque es este el caso que suele ponerse de
norma casi moral de lo que debe ser una relación D/s)
No, el caso de análisis es el del status que resulta tras una lucha
de poder efectivamente resuelta y qué poder permanece en manos de cada uno. La
respuesta está en los límites que se establezcan. Para poder desarrollar
el poder de un modo efectivo, son necesarios unos instrumentos que
permitan al poderoso hacer frente y sojuzgar los eventuales intentos del
sometido de liberarse. Qué actos son válidos, en qué ámbito y con qué
intesidad marcarán el poder que cada uno puede tener.
Y ahí se entra en terreno escabroso. Pues lo que es inadmisible para
unos, para otros será imprescindible, lo que para alguien es una
aberración puede resultar algo deseable para otro. El consenso sobre
límites marcará que cuota de poder, aún tras perder la lucha, puede mantener el derrotado. Y el necesario equilibrio personal de los actores
involucrados.
¿Podrá hacer el poderoso todo lo que desee? Depende.
¿Podrá el sojuzgado negarse a algo? Depende.
Depende de lo que hayan acordado. Y ese acuerdo es algo particular entre
los intervinientes, algo ajeno a toda discusión fuera de lo que ellos
decidan.
Ahí es donde resulta esencial el consenso amplio sobre ámbito y
límites, la conciencia plena de los actos y responsabilidades que
acomete y asume cada uno (sí, cada uno, no sólo una parte), el
equilibrio y fortaleza mental de los actores. No hay reglas que le
permitan a uno soslayar su responsabilidad. La responsabilidad esencial
de conocer lo que desea, saber dónde se mete y prever las consecuencias
que pueden traerle sus actos.
Es muy bonito escribir tratados voluntaristas de bondad contrastada e
intachable moral, al estilo de salvar el planeta. Sin embargo, el ejercicio del poder es inmisericorde, y depende del
espacio y el tiempo en el que se ejercen. La historia, por mucho que
ahora se pretenda reescribir con ópticas temporales renovadas, está llena
de ejemplos. En un espacio donde en pureza se buscan los resortes más
oscuros de mente y alma, solo la conciencia plena de lo que se está
acometiendo podrá dar la guía de lo que es conveniente acometer y lo que
no lo es. Quien tiene el poder llevará las de ganar. Sea quien sea
quien lo ostente. Por eso es conveniente saber con quien se va a meter uno en contienda, y conocer las posibles consecuencias que puede sacar de ella.
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