lunes, 23 de diciembre de 2019

Plenitud de la derecha

Era masoquista, sin duda alguna. Y su culo, magnífico, era firme y redondo. Tan firme que acababa con la resistencia de mi mano antes de hacerle siquiera cosquillas. Tan firme que provocó que descubriera las delicias de azotar con el cinturón.

Era puta, muy puta. Lamía los dedos de los pies como nadie. Transmitía una lujuria infinita, allí arrodillada, con la grupa alzada y la cabeza enterrada entre mis piernas. Era su manera de pedir más.
Me dolía la mano y me quité lentamente el cinturón. Ante el espejo, la imagen era casi icónica. Yo vestido, ella no.

Dejé caer el primer latigazo. Seco, firme, punzante. El breve lapso en el juego de su boca me anunció que estaba en el camino correcto. Y comencé con una cadencia lenta a soltar el brazo. Cada vez con mayor amplitud y precisión.

Según crecía la intensidad, decrecía la dedicación de su lengua entre mis dedos y tomaba su lugar una sucesión de gemidos lascivos. Gozaba de la severidad creciente tanto como lo hacía yo.

Me separé y me puse a un lado. Le pude dar más amplitud al vuelo. Era como golpear de derecha jugando al tenis. Una ejecución plena, de la que transmite toda la sensación del golpeo brazo arriba, llegando hasta la espalda. Esa sensación que produce un drive bien ejecutado, con fuerza y dirección, que hace salir disparada la bola, como una extensión de la raqueta y el cuerpo.

Así recibió uno tras otro decenas de azotes. Hasta que, con un gemido prolongado, acabó derrumbándose sobre un costado.

El cuadro ante el espejo mostraba ahora mi pelo emnmarañado, la frente perlada de gotas de sudor y su cuerpo desmadejado enroscado a mis pies. Y sendas sonrisas de pleno placer.

Se arrastró de nuevo, y volvió a enroscar la lengua entre mis dedos. Y tuve que quitarme la camisa antes de continuar.

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