sábado, 12 de diciembre de 2020

Ráfagas (on the beach)

 

La hora de la siesta ese día invitaba a ponerse a cubierto. El tórrido aire de la tarde achicharra bajo la sombra, y ni siquiera el frescor que trae el mar hace soportable la estancia en el exterior. Aún así, todos se quedaron fuera y ella decidió entrar. El calor la obligaba. El intenso calor interior que la tenía de mal humor desde hace días. Rabiaba, sin pulso ni medida, y lo que circula por su mente no le ayudaba a cambiar de ánimo. Antes al contrario, la realimentación empezaba a ser explosiva y no tenía traza alguna de atenuarse, al contrario, iba a más, y a más, a mucho más.

Con ese humor llegó a la habitación y tomó su teléfono. La que ella creía la causa de su estado estaba allí, encendiéndola aún más, como una sonrisa burlona que se mofa de su incapacidad para dirigirse como le gustaría. Porque a ella no la maneja nadie, en modo alguno, aunque a veces parezca que así es. Sólo lo parece, y es así pues sabe perfectamente que el mejor modo de manejar a otros es dejarles creer que llevan las riendas y en eso es una verdadera maestra. Sin embargo, tiene la sensación de que en esta ocasión a tropezado con su propia horma, y aunque cree que todo sigue el curso que ella quiere, siente con desazonadora intensidad que realmente no es así. E imaginar la risa burlona al otro lado no le ayuda mucho.

La impresión se acentuó mientras tenía lugar el diálogo que establecieron. Notaba como constantemente tiraba de ella en cada frase, pese a que no se permitía usar expresiones explícitas ni imperativas. Sin embargo, cada vez sentía más obligación ante aquellas sugerencias plenas de carga implícita. Notaba que algo le empujaba en contra de las premisas que había establecido como inamovibles, pero tampoco podía rechazar nada, pues no le pedía nada expresamente. Por ello, la desazón aumentaba frase a frase, y con sorpresa descubrió lo excitada que estaba. Lo cual era otro motivo de rabia, pues le costaba tanto dar salida a la excitación masturbándose (la opción de follarse a alguien estaba descartada en ese momento) que el resultado de todo aquello iba a ser una tensión y mal humor aún mayor.

No supo cómo, se encontró boca abajo sobre la alfombra y tocando su sexo asombrosamente mojado. Y menos aún supo cómo llegó tan rápido el orgasmo. Casi instantáneo, fulgurante para sus parámetros. Rugió, y notó que algo dentro de ella se había quebrado. Estaba confundida, tanto por su reacción como por el modo en que había llegado a hacer lo que hizo. La sensación de haber sido inducida era menor que la de haber obedecido. Sin que mediara una imposición determinante, mas el convencimiento de haber sido doblegada estaba ahí. Y también la certeza de saber cual era el camino que podría seguir. Se abrió de golpe, tentador e inevitable ante ella. Volvió a sentir el calor, pero la rabia había dejado de manar de su interior.

Y mientras, la sonrisa al otro lado del teléfono era amplia y luminosa. Le habría gustado observar la escena por un agujero de la pared. Pero también sabía que no tardaría en disfrutar en vivo de los sucesivos quiebros que habrían de llegar. Inevitablemente.

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