viernes, 14 de mayo de 2021

Cáñamo virgen.

Aún siguen allí, con ese olor característico. Hace muchos años que llevado por un erróneo impulso de pureza casi romántica, adquirí 50 metros de cañamo sin tratar, con el ánimo de crear y dar alma a mis propias cuerdas. Claro, el hechizo murió pronto entre el olor intenso, mi falta de pericia y de paciencia para ese tipo de menesteres. El contraste entre los juegos de cuerdas debidamente tratados y los que yo llevé a aquel curso en Usera me convenció de a qué debo y a qué no debo dedicarme. O aquella tarde con el perfume de melón tratando de rebajar la intensidad de aquel olor penetrante e insoportable.

Hoy, 8 años después, ahí estaban las tres últimas. Con su aroma característico convertido en un eco lejano pero reconocible, y aún firmes y consistentes. Y tras tantos años, les di el uso al que estaban destinadas. Ver el cuerpo levitando, suspendido del gancho del cielo, resultó una acción catártica. Y en ese instante, aroma, tacto y tensión formaron todo uno con la piel marcada y mi mirada brillante. No siempre los malos principios conducen a peores finales. Quizá sea cuestión de graduar adecuadamente la intensidad de los aromas. Quizá.

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