sábado, 21 de enero de 2023

Permiso

 

“Para pisar a alguien, debe desearlo y que te lo permita.”

Lo leí hace días, y no deja de darme vueltas por la cabeza. Pues para mí, el permiso ante mi deseo perverso es casi siempre un inhibidor absoluto del estímulo. Pocas cosas me cortan más que notar que me permiten hacer algo. Cuando siento algo así, tengo conciencia de estar siendo manejado. No, no concibo el dominio como algo que se me permite o se me concede, ni como respuesta a un deseo del sumiso.

El acto de someter, de doblegar, de dominar, trasciende al deseo, al permiso, a la voluntad del sujeto que lo recibe. Es más, resulta absolutamente excitante cuando siento el poder que me otorga la certeza de saber que no podrá evitar ser sometida, y que su voluntad desaparece. Cuando siento, y sé, además, que sabe y siente que no lo puede evitar.

Y entonces no hay cesión, ni permiso, ni siquiera entrega. Es la conciencia de notar en ella la inevitabilidad de ceder ante un poder externo, la potencia de ejercerlo. El único deseo que hay es sentir esa inmensa fuerza sobre sí misma.

No, no es necesario el permiso. Pero, ese deseo es tan escaso, tan infrecuente, tan raro, que lo más habitual es dar con quienes buscan otorgar su permiso, y que sea ganada su entrega por quien se la merece.

Como si el poder atendiera al mérito y al deseo. Pero, quizá, esté hablando de otra cosa. De lo que me pone a mí. Y a ti también.

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