viernes, 22 de enero de 2010

Estímulos perdidos

Sonreía, a pesar de que el cansancio de la semana ya hacia mella en el ánimo de todos. El dia no tuvo nada que destacar, y quizá por eso, se sentía tranquilo. Contento incluso. Los pequeños dramas cotidianos le parecían divertidos, y su buen humor era contagioso. Casi casi, sospechoso. Hilvanaron una conversación, con las interrupciones habituales, mas esta vez nada parecía poder estropearla. Un día anormal, por la ausencia de sobresaltos o contrariedades. O quizá fuera el espíritu de todos, tan extrañamente positivo. Ella le propuso algo, particular. No es que le entusiasmase, pero en el fondo, ni le afectaba ni le importaba demasiado. Desde siempre, fueron muy autónomos, aunque eso no evitaba que se consultaran o se hiciesen partícipes de todas sus decisiones.


Fue el matiz lo que le golpeó. Fríamente, y aplicando la lógica, era muy razonable la argumentación. Pero la comparación resultaba abrasadora. Sintió un pinchazo duro, seco, a traición casi. La miró, y le dijo que de acuerdo, como prefiriera. Pero sus ojos estaban ya perdidos, incrédulos, abatidos. Ella comprendió su error, inmenso error, al instante, pero el daño estaba hecho. No hubo más palabras. No hubo nada más. Comprendió que en si mismo ya no era suficiente. Quiza lo comprendieron ambos. Y el silencio lo cubrió todo.

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