sábado, 1 de abril de 2017

Del aroma del dolor

El color del cielo va dejando el frío atrás. Los verdes comienzan a adquirir ese brillo a explosión de vida. Brillo que sobre unas mejillas resulta una inequívoca invitación a la lujuria.

En ese marco del despertar de los sentidos, el aire tibio, casi caliente, es un invitado más. Quedan los últimos dias de recogimiento e introspección , volcados al exterior en una fiesta de ostentación impúdica, casi obscena, de la negrura de las almas.

La exposición pública de dolor íntimo a modo de espectáculo, envuelto en un ritual de cadenas, cuerdas, mantos, incienso y cera. La desnudez cubierta por un manto áspero, el desgarro de la penitencia callada en una orgía pretenciosa que hace ya tiempo que extravió la pureza del sentimiento profundo.

Pero entre la vulgaridad del sentir de la masa permanecen inalterados, como reliquias de un pasado olvidado, los símbolos inmortales de una pasión ahora ajada.

Y esos símbolos, pensados para saturar los sentidos del dolor del alma, se fijan en mi mente, y me llevan por otro espacio diferente. Un espacio donde aún permanecen intactos el dolor, la pasión, el interior oscuro y cierto deseo de expiación, que esperan a que ese ceremonial íntimo los arranque del fondo del ser. El aroma de la cera, el incienso, el metal, la madera y el cáñamo envuelven el velo de una mirada que talla indeleblemente los trazos de esa pasión primordial.

Y en sus aromas, viva.

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