La curva de palidez cristalina sigue dibujada entre los pliegues de
oscura pasión, pasión que traza un sendero rojizo al compás del silbido
del viento.
La misma curva del mismo cuerpo entre aires distintos, olvidados, ya ajenos. La palidez que niega ser lienzo del destino.
Pálida sensación de ser, sin principio ni final, en el dibujo
difuminado de un dolor sordo que evita separarse definitivamente de la
piel.
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