jueves, 27 de diciembre de 2018

La perversidad y los -ismos

Quizá fui afortunado. Había una mujer encantadora que no dejaba de decírmelo. Puede que tuviera razón. El caso es que muy pronto tuve ocasión de comprobar que aspectos que no admitiría en otra persona en la vida cotidiana se antojaban irrelevantes a la hora de despertar un deseo perverso. Fue una sorpresa relativa, ciertamente, pues de las pocas cosas que tenía claras al acercarme a este mundo de retorcida perversidad era qué imágenes y situaciones provocaban mi excitación. Qué me ponía, vamos.

Quizá fue un guiño de la fortuna el que las dos primeras mujeres que conocí y fueron guiando mi instinto en los primeros pasos no tuvieran entre sus características aquellas que me hubieran hecho hipotéticamente plantearme un tipo de relación más cercana. Primaba la curiosidad, el aliento de la imaginación convertida en un deseo brutal, y nos focalizábamos en ello. Así pues no, el no compartir ideología, principios, aspiraciones, edad, status o cualquier otro aspecto susceptible de catalogarse bajo un -ismo (a veces, incluso, estábamos en extremos opuestos) no impedió disfrutar de una complicidad absolutamente insospechada.

Supongo que sí, que fui afortunado, pues además en esos tiempos las redes sociales eran también un mero lugar de encuentro ajeno a propagandas masivas.

Hoy, probablemente, no hubiéramos conectado igual. El veneno de los -ismos genera recelos a modo de protección que antes no tenía. Pero, afortunadamente, en su día eso no pasó, y disfruté de la compañía de aquellas con las que no tenía nada en común salvo una perversidad cómplice a prueba de cualquier -ismo. Y hoy sigo disfrutando de aquellos réditos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario