domingo, 2 de octubre de 2022

Cadencia decreciente

 La mañana de otoño se resiste a dejar atrás el aroma a estío, tozuda ante la certeza que la esencia de la luz y el frescor imponen, pese a su claridad y tibieza, casi nostálgicas.

La cadencia de sonidos porteños enfoca mi ánimo hacia la realidad que trata de difuminar esa ensoñación de días lentos y noches embriagadoras, cálidas, cortas y eternas, que ya han dejado paso al anuncio de la humillante rutina que traen consigo el frío, la oscuridad y el reflejo de placeres pasados que como poco tardarán meses en volver.

Aunque alguno quizá ya no vuelva a hacerlo. No por que la naturaleza vaya a negar el retorno, pues aunque los agoreros anuncian cada mañana el fin del mundo, en realidad lo único que va a morir es la forma de estar en él. Así que no, los días de calor y luz regresarán puntualmente. Seré yo quien no sea el mismo. Como cada año. Inevitablemente.

Entonces.....¿qué lo hace esta vez diferente?

La respuesta me la dan las notas melancólicas del bandoneón, que aunque tratan de sonar optimistas y amables, no pueden sacudirse el peso inexorable de cada momento vivido. O quizá, más acertadamente, la cruda certeza de la liviandad de los cada vez más escasos minutos que quedan por llegar. Y aunque no tengo motivo para pensar que la nueva estación vaya a dejarme de lado al volver, solo el hecho de pensar en ello me hace dolorosamente consciente de que habrá sorbos que no volveré a saborear.

Y así, mientras las notas sacuden una nostalgia de lo que volverá a ser, miro por la ventana el día de un tiempo que se resiste aún a ceder, y que, invariablemente, acabara por desaparecer.

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