lunes, 20 de febrero de 2023

Contrastes (el placer del observador)

Por supuesto que no es nada personal, aún no puede serlo, no nos conocemos, y como mucho podría tratarse de un prejuicio, aunque no parece tener el carácter que tienda a prejuiciar alegremente.

Pero no escribo hoy por eso, si no por uno de sus contrastes. Qué se le va a hacer, me gusta observar, y cuando se dan paradojas en el universo observado, sean aparentes o no, la realimentación hace que tienda a mirar de una manera casi compulsiva, si no fuera por la paciencia que requiere contemplar y asimilar todo lo que entra por los ojos y quiere descubrir la mente.

La última de sus imágenes induce a pensar en una piel sedosa, suave, fina. A juego con la morfología de su cuerpo (aunque en una orientación clásica ese tipo de pieles suele asociarse a físicos voluptuosos, propios de perfumadas odaliscas sugerentes. Modas de otros tiempos, desde luego). Como decía, una dualidad muy actual de cuerpo-piel, que contrasta abiertamente con la dureza de las facciones de su rostro. Rasgos duros, delineados, firmes, casi violentos, enmarcados en el aura de fragilidad del cuerpo que los eleva.

Y claro, al amar el placer que procede de los contrastes y las paradojas aparentemente imposibles (entre otras cosas) no puedo dejar de escribirlo, aunque pueda quedar la oda a esta singularidad perdida en el vacío. Oda que con certeza no acaba en tan dual apariencia, pero eso, si llega, formará parte del resto de la historia.

El deseo del observador paciente y hasta ahora callado.

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