martes, 29 de octubre de 2013

La masoquista y el parque

O un elogio de la naturalidad (Be simple, my bitch)

Un día gris. Por fin otoñal. Al menos, meteorológicamente hablando. Los tiempos ahora no permiten excesivas alegrías, dicho sea tanto meteorológica como cronológicamente, y añadiendo también los sentidos literal y figurado.

Aunque hay algo que paso a paso va tomando una dimensión insospechada. Ayer tomó forma durante un paseo por el parque. La temperatura era lo suficientemente agradable como para comer al aire libre, y así me propuse hacerlo. Si encima tengo ocasión de disfrutar de la atención dedicada de mi sirviente, mucho mejor. Dispuse que luciera la indumentaria adecuada para que la velada fuera tan agradable como se anunciaba.

Puntual me espera en el lugar de la cita, cubierta por un abrigo y poco más. Accesible con la necesaria discrección. Guapa y nerviosa, una combinación estimulante. Y la excitación subiendo. Más o menos sabe lo que tengo en mente, pero no cómo y de que manera concreta va ocurrir. Y lo que más le inquieta, donde. Asume que la mostraré sin dejarla en evidencia, pero eso no es suficiente para tranquilizarla. Y la mezcla de pudor y deseo está dibujada en su rostro, y presente en cada gesto.

Una vez en el lugar escogido, damos un pequeño paseo. Poco a poco entra en el juego, y como acostubra, según va sintiéndose más cómoda la excitación supera al deseo, y se sube al crescendo sostenido que le tengo preparado. Tan metida en su papel que llega el primer orgasmo sin estímulo directo en su sexo. Basta con que me muestre la marcas en su pecho del juego previo, y una caricia sobre sus pezones para llegar a ello. En la calle, a la vista de quien pase. Es todo un temparemento, casi increible.

Ese estado de estimulación es el ideal para comprobar algo que durante ese juego que mencioné antes apareció como un esbozo. Tuve la sensación de que está aprendiendo a canalizar el dolor para obtener placer. Así que ¿por qué no?. Agarro con fuerza uno de sus pezones, con mucha fuerza. Y lo retuerzo, estiro, pellizco, aprieto durante largo rato. Y durante largo rato los gemidos no son de dolor, si no de inequívoco placer. Indudable y doloroso placer.

Me sorprende. Y me siguió sorprendiendo durante el resto de tan grata y diferente comida, en el banco del parque. A sus ya consabidas y excelentes dotes está sumando (a su pesar por el momento) una capacidad inesperada de disfrutar con el dolor. Con todos los matices que quiera ponerle. Lo disfruta. Y yo, aún más.

Todo un mundo de posibilidades, sí. ¿Dónde he leído antes eso?

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