miércoles, 10 de septiembre de 2014

El dolor de la sangre

La reunión era incómoda. Un asunto que en condiciones normales no requiere ni siquiera juntarse para tomar una determinación se había enredado de un modo innecesario. Sin embargo, según pasaban los minutos, la densidad del nudo crecía lenta e inexorablemente.

En realidad, no crecía; aparecía. Siempre estuvo ahí, y décadas de polvo y resentimiento habían creado una costra imposible de disolver.

Se dijeron cosas tremendas. Me costó mantener la compostura. Y abstenerme de dar opinión. Sabía que había una solucción a la angustia de los últimos tiempos, pero el precio era excesivo. El olvido y renuncia a las raices. El desapego, y la bajeza. Oí críticas de todo y hacia todos, pero de nadie hacia si mismo.

Vi renegar de lo más sagrado. Vi miseria en los rostros de alivio. Y también llevan mi sangre. Aunque siento que ya no me tocan. Que ya han dejado de ser míos, que ya no me importan. Nadie que pueda sentir eso me importa.

Ayer decidieron arrancarse de las entrañas su esencia. Ya no son nadie. Y a mi, desde entonces, me falta un trozo de vida. Los maldeciré mientras existan. Aunque en mi rostro sólo veran una sonrisa. Por que desde ese momento, a los ojos, ya, no me miran.

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