lunes, 29 de septiembre de 2014

Reflejos del azul

El otoño trae un manto de frío. Realmente, no es un frescor que hiele la piel, ni viene de la mano de las nubes grises o el viento ya desprovisto de la calidez del final del estío. Es un enfriamiento de los sentidos, de las sensaciones explosivas, abiertas, colocando al espíritu de camino a su reverso interior.

La velocidad del cambio se refleja en el ánimo.Cuanto más rápido, peor conciencia.

Han venido de visita soplos de estos días, recibidos en otros años. La sensación de decadencia es mayor en cada ocasión. Aunque es cierto que no es nada que no pueda soslayarse. Basta con eliminar lo superfluo. No es fácil hacerlo. Tampoco sé si quiero.

Mientras, la inolvidable calidez metálica de aquel azul se mezcla indefectiblemente con los últimos reflejos de un rojo que, ahora sí, ha perdido fulgor.

Y es que aunque quisiera creerlo, y en su día así pareció, el fuego eterno nunca anidó en mi seno. Y cuando el brillo se apaga, sólo permance el eco ya somnoliento de aquel resplandor.

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