lunes, 7 de noviembre de 2016

Deliciosa sensación

Creo que jamás me cansaré de experimentarla. Notar como poco a poco va tomando forma tangible todo aquello que intuí con anterioridad. Y notar en sus palabras, en el tono de la voz y en los gestos que siente lo que supe que iba a sentir.

Saber antes de que ella lo sepa lo que va a desear, del modo que lo va a desear y en el momento en el que lo va a desear. Y reírme ante lo que en otro entorno, en otras condiciones, sonaría a prepotencia insoportable y sin embargo ahora describe con nítida claridad todo aquello que revuelve su interior y que provoca que mi mirada adquiera el brillo magnético que sólo la contemplación del deseo que brota ahogado entre suspiros incrédulos, excitación y miedo, puede hacer crecer.

Me encanta recordar el pellizco que siento al observar un carácter y saberlo; "es ésta". Me encanta hacerle saber que es ella cuando aún no tiene claro qué le pasa, qué siente, cuando aún las palabras no aciertan a fluir para que pueda explicarme lo que siente a la vez que todas sus sensaciones hablan por ella.

Disfruto adelantándole cada emoción, cada pálpito, provocando su humedad, el rubor, quebrando la voz y controlando el deseo que vibra desde su nuca hasta su sexo. Esa inflamación que acaba por mantenerla todo el día en un estado de semiexcitación al tiempo que su mente siente y acepta que está dejando de obrar siempre según su propia voluntad.

Y llevarla a realizar aquello que le avergüenza de un modo que es imposible sentirse más entregada, generando la necesidad de ir más allá, habilitando la aterradora certeza de que no hay límites y podrá ese aún desconocido, íntimo desconocido, llevarla allí donde no acierta todavía a imaginar.

Además, le gusta. Más que a mí. A pesar del miedo, la perversidad y la distancia. Es imposible estar más cerca.

Y es que lo impensable está por llegar.


Deliciosa sensación

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