viernes, 18 de noviembre de 2016

Y llegó el día

Me recibió con una sonrisa, y algo más. La tensión no podía ocultar su naturalidad, aquella que me cautivó desde que tuve noticia de ella. Un primer momento que pese a quedar lejos dejó una impresión de indeleble certeza, el convencimiento de que estaba hecha para mí. Al posar la mano en su cadera sobre el abrigo negro que a duras penas tapaba todo el manojo de sensaciones que parecían devorarla percibí por fin todo aquello que aunque sólo podía haber intuído ya sabía que era así.

Sí, es tal cual se ha mostrado todo este tiempo. A pesar del temor, los nervios y la vergüenza, asoma el descaro sereno y el aroma de zorra que habita bajo su aspecto de niña buena.

Sin duda me delató la sonrisa, aunque sospecho que en ese momento no se dio cuenta. Poco a poco fue sintiéndose mejor, y tomando confianza. Siempre existe el riesgo de que la primera vista ofrezca una sensación opuesta a la que ha provocado el encuentro, pero no fue así. Al contrario, las distíntas imágenes creadas, imaginadas y vistas parecían fundirse poco a poco en una figura cada vez más clara y nítida, delineada con los trazos del deseo interior y perverso que late en el fondo de la mirada.

Pues aunque en ese momento no lo sabíamos, ni tampoco importaba, había una sola mirada que a través de los ojos iba dando forma a la amalgama de estímulo y deseo que brotaba de los dos. Y durante una larga mañana que pareció durar un suspiro fue poco a poco subiendo a la piel toda la intensidad que llevaba semanas gestándose, y la saboreamos sin tiempo ni medida.

Y así pronto acompañaron a la disposición el deseo de complacer, el disfrute de cumplir con ello, el gozo de dar placer, el placer que sólo el dolor de la entrega genera y la humedad  propia de la zorra que emerge al compás de los pequeños rituales de posesión enlazados uno con otro sin solución de continuidad. Al final, una cercanía envolvente (imposible estar más cerca) queda suspendida de esa mirada que ahora sí importa, que condensa toda la fuerza del perverso deseo de posesión que ya, ahora sí, está definitivamente materializado.

En el camino de vuelta, el aroma de su piel impregnado en la mía me envuelve ide un modo casi indecente.  Un aroma que parece decirme que sí, que ahora, por fin, es mía. Y es que aunque estuviera hecha para mí, había de llegar el día. Y supo tan a poco que, inevitablemente, vendrán más.  Es lo que tiene poseer a una deliciosa zorra insaciable con cara de niña buena. Que siempre quiero más.

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