A veces sé cuando ese segundo es el último, y guardo el momento en su adecuado lugar en la memoria.
Pero cuando no fui consciente de que no habría más, y lo vivo como si fuera uno entre tantos, su huella se grabó junto a un cúmulo que mezcla pérdida, incredulidad y reproche. No está bien morir sin avisar.
Afortunadamente, prevalecen los primeros. Y aunque a veces las circunstancias personales eran poco estimulantes, la sensación de haber podido manejar los hilos en los peores instantes dejó la huella de una sonrisa.
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